Cuenta John Huston en su autobiografía A libro abierto (An Open Book, 1980), que cuando estaban filmando La noche de la iguana en Mismaloya, muy cerca de Puerto Vallarta -lugar en el que incluso hay una estatua suya-, se suscitó un inusual enredo de amores presentes y pasados. Yo apuntaría que si los habitantes de Hollywood se casan y divorcian entre ellos, como una suerte de realeza ajena a los plebeyos, es lógico que las ex parejas tengan que coincidir en los sets, las ceremonias de premiación o las funciones de gala, de manera que las situaciones dignas de una comedia shakespeareana no resultan raras. Aunque Elizabeth Taylor seguía legalmente casada con Eddie Fisher, ya se encontraba en pleno romance con Richard Burton, y por eso viajó a Puerto Vallarta, donde permaneció a lo largo del rodaje, provocando una nube de fotógrafos y reporteros del chisme que se encontraron con material más que suficiente para llenar las columnas del ocio:
A Michael Wilding, el actor británico que fue el segundo marido de Liz -se casaron cuando ella tenía veinte años-, y era el padre de sus dos hijos mayores, Michael y Christopher, le habían encomendado el manejo de la publicidad del propio Burton. Otra de las personas que coincidieron fue Peter Viertel, segundo marido de Deborah Kerr, quien había tenido una relación previa con Ava Gardner, de quien, asegura Huston, nunca estaba sola porque el mismo par de jóvenes que aparecían en la película, la acompañaban a todas partes. También cuenta que no hubo mexicano que no intentara un romance con Sue Lyon, pero junto a ella habían viajado su madre y su prometido, por lo que nunca estuvo sola una vez concluido el horario de las filmaciones. El caso es que, como es bien sabido, Burton adquirió la casa Kimberley, con vista a la Bahía de Banderas, y ese fue su obsequio cuando ella cumplió 34 años.
A Michael Wilding, el actor británico que fue el segundo marido de Liz -se casaron cuando ella tenía veinte años-, y era el padre de sus dos hijos mayores, Michael y Christopher, le habían encomendado el manejo de la publicidad del propio Burton. Otra de las personas que coincidieron fue Peter Viertel, segundo marido de Deborah Kerr, quien había tenido una relación previa con Ava Gardner, de quien, asegura Huston, nunca estaba sola porque el mismo par de jóvenes que aparecían en la película, la acompañaban a todas partes. También cuenta que no hubo mexicano que no intentara un romance con Sue Lyon, pero junto a ella habían viajado su madre y su prometido, por lo que nunca estuvo sola una vez concluido el horario de las filmaciones. El caso es que, como es bien sabido, Burton adquirió la casa Kimberley, con vista a la Bahía de Banderas, y ese fue su obsequio cuando ella cumplió 34 años.

A pesar de que los dos trabajaron en diferentes adaptaciones al cine de obras teatrales de Tennessee Williams, nunca tuvieron la oportunidad de protagonizar juntos alguna de ellas.
La otra anécdota tuvo lugar un par de años después y se refiere a la película Reflejos en un ojo dorado, sobre la novela homónima de Carson McCullers -a quien Huston pudo tratar en persona, ya que era vecina de Paulette Goddard y Burgess Meredith en Nueva York-. Cuando le propuso al papel del mayor Penderton a Marlon Brando, ambos se reunieron en Irlanda y éste todavía no estaba convencido de aceptarlo. Mientras conversaban se continuaba mecanografiando el guión, de manera que Huston le explicó el proyecto y le pidió que esperara un rato para que pudiera leerlo. Brando decidió entonces salir a dar una larga caminata en plena tormenta con rayos y truenos. Cuando regresó, simplemente le dijo: "Lo quiero hacer".
Huston le había preguntado a Brando si podía cabalgar y la respuesta fue que había sido criado en un rancho con caballos. Sin embargo, ya en pleno rodaje de la película, les mostraba tal pánico -como se lo exigía su papel-, que hasta contagió a la propia Elizabeth Taylor, de quien era bien reconocida su afición a montar, de tal modo que ella también comenzó a mantener cierta distancia con los caballos. Y es que Brando sostenía que lo mejor era no preocuparse por interpretar a un personaje, sino que uno debía llegar a poseerlo al grado de que ya no se estaría actuando. Porque según él, obtener la aprobación del público o conseguir una buena interpretación, no era suficiente, uno debía de convertirse en el personaje mismo, dentro y fuera del set.
La otra anécdota tuvo lugar un par de años después y se refiere a la película Reflejos en un ojo dorado, sobre la novela homónima de Carson McCullers -a quien Huston pudo tratar en persona, ya que era vecina de Paulette Goddard y Burgess Meredith en Nueva York-. Cuando le propuso al papel del mayor Penderton a Marlon Brando, ambos se reunieron en Irlanda y éste todavía no estaba convencido de aceptarlo. Mientras conversaban se continuaba mecanografiando el guión, de manera que Huston le explicó el proyecto y le pidió que esperara un rato para que pudiera leerlo. Brando decidió entonces salir a dar una larga caminata en plena tormenta con rayos y truenos. Cuando regresó, simplemente le dijo: "Lo quiero hacer".
Huston le había preguntado a Brando si podía cabalgar y la respuesta fue que había sido criado en un rancho con caballos. Sin embargo, ya en pleno rodaje de la película, les mostraba tal pánico -como se lo exigía su papel-, que hasta contagió a la propia Elizabeth Taylor, de quien era bien reconocida su afición a montar, de tal modo que ella también comenzó a mantener cierta distancia con los caballos. Y es que Brando sostenía que lo mejor era no preocuparse por interpretar a un personaje, sino que uno debía llegar a poseerlo al grado de que ya no se estaría actuando. Porque según él, obtener la aprobación del público o conseguir una buena interpretación, no era suficiente, uno debía de convertirse en el personaje mismo, dentro y fuera del set.

Créditos finales:
(Por orden de aparición)
Elizabeth Taylor, Richard Burton y Ava Gardner, durante un descanso del rodaje de La noche de la iguana
Richard Burton y Elizabeth Taylor en Puerto Vallarta. Al fondo se aprecia la casa Kimberley
Brian Keith, Elizabeth Taylor y Marlon Brando, en Reflejos en un ojo dorado
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