Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.

miércoles, 1 de octubre de 2014

EL ÁNGEL EXTERMINADOR según Luis Buñuel


 El ángel exterminador se exhibió por primera vez en México el 1 de octubre de 1964 en el cine Internacional. Hoy se cumplen cincuenta años.

A veces, he lamentado haber rodado en México El ángel exterminador. Lo imaginaba más bien en París o en Londres, con actores europeos y un cierto lujo en el vestuario y los accesorios, En México pese a la belleza de la casa, pese a mis esfuerzos por elegir actores cuyo físico no evocara necesariamente a México, padecí una cierta pobreza en la mediocre calidad de las servilletas, por ejemplo: no pude mostrar más que una. Y ésa era de la maquilladora, que me la prestó.


El guión, totalmente original, como el de Viridiana, mostraba a un grupo de personas que, una noche, al término de una función teatral, va a cenar a casa de una de ellas. Después de la cena, pasan al salón y, por una razón inexplicada, no pueden salir de él. Al principio, se titulaba Los náufragos de la calle de Providencia. Pero el año anterior, en Madrid, José Bergamín me había hablado de una obra de teatro que quería titular El ángel exterminador. El título me pareció magnífico y dije:

- Si yo veo eso en un cartel, entro inmediatamente en la sala.
 
Le escribí desde México para pedirle noticias de su obra... y de su título. Me respondió que la obra no estaba escrita y que, de todos modos, el título no le pertenecía, que estaba en el Apocalipsis. Podía cogerlo, me dijo, sin ningún problema. Cosa que hice, dándole las gracias.
 

En el curso de una gran cena dada en Nueva York, la dueña de la casa había imaginado realizar ciertos gags para sorprender y divertir a los invitados. Por ejemplo, el camarero que se tiende llevando la bandeja es un verdadero detalle. Resulta que en la película los invitados no lo aprecian. La dueña de la casa ha preparado otro gag con un oso y dos carneros, pero nunca sabremos en qué consiste... lo que no ha impedido a ciertos críticos fanáticos del simbolismo ver en el oso al bolchevismo que acecha a la sociedad capitalista, paralizada por sus contradicciones.
 
Siempre me he sentido atraído, en la vida como en mis películas, por las cosas que se repiten. No sé por qué, no trato de explicarlo. En El ángel exterminador hay, por lo menos, una decena de repeticiones. Se ve, por ejemplo, a dos hombres que son presentados el uno al otro y que se estrechan la mano, diciendo: «Encantado.» Un instante después, vuelven a encontrarse y se presentan de nuevo el uno al otro como si no se conociesen. Una tercera vez, por fin, se saludan calurosamente como dos viejos amigos.
 

Igualmente, en dos ocasiones, si bien bajo ángulos distintos, se ve a los invitados entrar en el vestíbulo y al dueño de la casa llamar a su mayordomo. Cuando la película fue montada, Figueroa, el operador jefe, me llevó y me dijo:
 
- Luis, hay una cosa muy grave.
 
- ¿El qué?
 
- El plano en que entran en la casa está montado dos veces. ¿Cómo pudo pensar ni por un instante, él, que había filmado los dos planos, que un error tan enorme podía escapársenos al montador y a mí?
 
En México, se encontró la película mal interpretada. No lo creo yo así. Los actores no son, en absoluto, de primera categoría, pero, en conjunto, me parecen bastante buenos. Por otra parte, no creo que se pueda decir de una película que es interesante y, al mismo tiempo, que está mal interpretada. El ángel exterminador es una de las raras películas mías que he vuelto a ver. Y, cada vez, lamento las insuficiencias de que he hablado y el tiempo demasiado breve de rodaje.


Lo que veo en ella es un grupo de personas que no pueden hacer lo que quieren hacer: salir de una habitación. Imposibilidad inexplicable de satisfacer un sencillo deseo. Eso ocurre a menudo en mis películas. En La Edad de oro, una pareja quiere unirse, sin conseguirlo. En Ese oscuro objeto del deseo, se trata del deseo sexual de un hombre en trance de envejecimiento, que nunca se satisface. Los personajes del Discreto encanto quieren a toda costa cenar juntos y no lo consiguen. Quizá pudieron encontrarse otros ejemplos.


Luis Buñuel en sus memorias: Mi último suspiro

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