Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Música y gangsters: A TREINTA AÑOS DE EL COTTON CLUB


Cuando El Cotton Club, que en algunos países de habla hispana se exhibió con el título adicional de Centro de la mafia, se estrenó en diciembre de 1984, el cineasta que por entonces firmaba sus películas como Francis Coppola -prescindiendo del habitual Ford intermedio-, venía arrastrando una serie de fracasos económicos a partir de Apocalipsis ahora, en 1979, que culminarían con la quiebra de sus estudios Zoetrope.
 
Resulta curioso y paradójico que el período más creativo e ingenioso de su carrera haya sido el menos exitoso en términos financieros. La crítica -parasitaria en esencia y hostil por naturaleza-, parecía disfrutar ensañándose con sus películas. Sin embargo, cuando Apocalipsis se reestrenó en 2001, obtuvo él éxito que se le había negado en el propio territorio estadounidense, ya que desde su origen había sido muy bien recibida por el público europeo. Como para recordar la frase del personaje de Woody Allen al final de El ciego (Hollywood Ending): "Gracias a Dios existen los franceses", quienes siempre se han mostrado como los más entusiastas con su cine.


El Cotton Club tuvo su première neoyorquina el 10 de diciembre de 1984, es decir, hoy hace treinta años. El guión, sobre un argumento de Mario Puzo, retomaba su tema predilecto: el modus operandi de la mafia, aunque partiendo de una estructura narrativa diferente a la empleada en la saga de El padrino, porque en esta ocasión se integra la violencia de la acción gangsteril con los espléndidos números musicales como contrapunto dramático.
 
 
En el Harlem de finales de los años veinte existía un club nocturno con ese nombre que alcanzó dimensiones legendarias. La variedad estaba a cargo de músicos y bailarines negros -ahora encubiertos por el absurdo eufemismo de "afroamericanos"-, mientras que la concurrencia eran blancos entre quienes se encontraban celebridades como Charles Chaplin, Gloria Swanson y James Cagney, a quienes se les puede ver en la película (tarea que corrió a cargo de Gregory Roszyk, Diane Verona y Vincent Jerosa, respectivamente). También algunos de los gangsters fueron personajes reales, como sería el caso de Dutch Schultz y Lucky Luciano. quienes interactúan con los caracteres imaginarios del trompetista Dixie Dwyer (Ricard Gere), Vera Cicero (Diane Lane) y el bailarín Sandman Williams (Gregory Hines).


Era la época de la depresión económica y la ley seca, es decir, el reino de la mafia. Detrás del escenario de crímenes y revanchas implacables, se desenvuelve la relación entre Dixie, primero protegido y después rival amoroso del sanguinario Dutch, y la hermosa Vera. Cabe la acotación de que Diane Lane sería la figura femenina recurrente y emblemática durante la llamada etapa Zoetrope en la filmografía de Coppola, ya que también fue el eje romántico en La ley de la calle (Rumble Fish) y Los marginados (The Outsiders).


La película se erige como un modelo de perfección en el manejo del tiempo y el espacio, la recreación de la época, las alternancias genéricas entre el cine de gangsters y el musical, la convivencia de los personajes auténticos y ficticios. En cada diálogo, en la deslumbrante variedad musical, tanto la iluminación, el diseño de producción, como el montaje, alcanzan un virtuosismo que nos permite acudir simultáneamente al asesinato de Dutch Schultz cuando el sonido de las balas se confunde con los pasos del tap que vemos bailar a Gregory Hines, para dejarnos la imagen del mafioso muerto mientras escuchamos en off los aplausos para el bailarín que ha concluido su presentación. Para desembocar, en la estación del tren, en una apoteosis final como feliz homenaje al jazz, en el que se suceden Wall Street Wail, Slippery Horn y High Life, todas de Duke Ellington, a quien también hemos escuchado, lo mismo que a Cab Calloway, en sus presentaciones a lo largo del film.
 
 
Escenas memorables de Diane Lane cuando canta Am I Blue, acompañada por la trompeta de Richard Gere ante la mirada celosa de James Remar, de Lonette McKee cantando I'll Wind, o de la pareja protagónica haciendo el amor entre los claroscuros de la habitación. También es posible reconocer a un muy joven Nicolas Cage como el hermano menor de Dixie, a Joe Dallessandro en el papel de Lucky Luciano y a Bob Hoskins como Ownie Madden, propietario del centro nocturno que da su título a la película.

 
El Cotton Club coronó la etapa más incomprendida de Francis Ford Coppola, arriesgada por innovadora y propositiva, nos ha heredado esta espléndida fábula musical y contribuyó al despegue de las carreras de un grupo de actores por entonces desconocidos (Matt Dillon, Tom Cruise, Patrick Swayze, Emilio Estevez, Rob Lowe, Ralph Macchio y C. Thomas Howell), todos ellos en Los marginados, así como los delirios técnicos de CorazonadaGolpe al Corazón (One From the Heart) y una extraordinaria película de culto: La ley de la calle, que modificaría en su momento la concepción estética del videoclip (que constituye, a su vez, la mayor aportación al lenguaje visual proveniente de la televisión). No es poco, de ninguna manera. Y allí queda bajo la firma con el prestigio de su creador.

 
Jules Etienne

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