“Damas y caballeros. Desde
las lentejuelas de El Ángel Azul, a la túnica de Marruecos, del
vestido negro de Deshonrada*, a las plumas de El Expreso de Shanghai,
desde los brilantes de Deseo al uniforme de tiempo de guerra… viene esta
noche, como un pez chino, un pájaro desconocido. Algo verdaderamente increíble,
una mujer maravillosa… ¡Marlene Dietrich!”
No pudo ser más entuiasta el
texto escrito por Jean Cocteau para que fuese leído por Jean Marais durante la
presentación de Marlene Dietrich en el Sporting
Club de Montecarlo, en 1954.
Tenía razón la vieja canción
emblema del cine romántico que solicitaba Ingrid Bergman con la mirada
nostálgica al legendario Sam: El
tiempo pasa (As Time Goes By). Hace unos días tuve
oportunidad de ver nuevamente El ángel azul y recordé que Marlene
Dietrich debería tener más de veinte años muerta, y no me equivoqué. Falleció
el 6 de mayo de 1992, hoy se cumple el aniversario veinticinco. Bastó con cerrar
los ojos por un rato para que fuese un cuarto de siglo. Sí, el tiempo pasa, aunque el
cine logre congelarlo con su intemporalidad mentirosa.
Marlene anhelaba tenerlo todo y, por lo tanto, relegaba aquello que pudiera impedírselo con tal de alcanzar
el éxito. Dejó
en Alemania a su hija
María, de cinco años, con Rudy, el marido abandonado que se quedó esperando un
improbable regreso hasta su muerte. Sin embargo, ambos mantuvieron siempre una
relación afectiva más bien amistosa.
Había debutado muy joven en el cine desempeñando
papeles secundarios y en Berlín, durante una de sus temporadas en cabaret, uno
de los espectadores esperó a que terminara la variedad para buscarla en su
camerino. Con una personalidad dominante, se identificó como director de cine. Supongo que entonces debió inquirir sobre sus planes inmediatos.
Así es como imagino aquel
diálogo inicial entre ambos:
- Consígame un papel importante en el cine y no lo
voy a defraudar. Haré lo que sea –fue la respuesta de Marlene.
- No eres la única. Si tú supieras cuántas mujeres,
algunas de ellas muy hermosas, se han acercado a mí para pedirme lo mismo. ¿A
qué estarías dispuesta?
- A todo –aseguró sin titubeos.
- Hmmm... Vamos a ver, ¿eres casada?
- Sí, pero como si no lo fuera. Dispongo plenamente
de mi vida –Marlene parpadeó con una parsimonia tal que por un momento pareció
que iba a permanecer con los ojos cerrados.
- Tengo dos noticias para ti, una buena y la otra
mala.
- Primero la buena, de esa manera estaré mejor
preparada para resistir la mala que, de todos modos, nunca falta –respondió
Marlene con esa voz que su interlocutor, cuyo verdadero nombre era Josef
Sternberg pero que adoptó el prefijo von antecediendo al apellido para
estar a tono con el glamourizado Hollywood, definió como “originada no en la
garganta sino en el coño”
(José de la Colina dixit).
Le prometió que si sus pruebas ante la cámara eran
lo que él se imaginaba, le daría el rol protagónico en su película El ángel azul, así tendría la oportunidad de trabajar al
lado de un monstruo del cine alemán de la talla de Emil Jannings quien,
obligado por el advenimiento del sonido, había regresado de Hollywood. A cambio
de ello tendría que someterse a todos sus designios porque –le advirtió-, él
tenía un carácter tiránico, tanto en su profesión como en la vida privada.
Esperaba de ella un compromiso dentro y fuera de la pantalla. Marlene ya se lo
había adelantado: estaba más que dispuesta.
Esa sería la primera gran producción germana
sonorizada y ella brilló como Lola Lola, adquiriendo una fama que jamás
perdería. Obsta subrayar que figura por derecho propio entre los clásicos del cine de todos los
tiempos.
Por eso, Marlene confiaba plenamente en él y cuando
éste decidió retornar a los Estados Unidos –aunque nacido en Viena, su familia
se estableció en Nueva York cuando tenía siete años y a su regreso para filmar
en Europa gozaba de la reputación de haber dirigido Bajo Mundo, una película de gángsters pero, sobre todo,
El Último Mandamiento, con la que se había ganado el respeto del
propio Jannings, ya que le mereció el Óscar al mejor actor-, lo siguió a
Hollywood donde él la impulsó para que la Paramount aceptara confiarle el
estelar femenino en Marruecos. La aleación de Cooper, el hombre de pocas
palabras, con la ambigua sexualidad de Marlene, bajo el marco de una sofisticada
iluminación en la que el cineasta solía ser tan minucioso, acabó por proyectar
en la pantalla un soterrado erotismo. Marlene disfrutó a sus anchas vestida
como hombre, con el inevitable sombrero de copa, alardeando a su estilo al
besarse en la boca con otra mujer para proceder a quitarle una flor que le
ofrece a Cooper y que éste, con un ademán femenino, acepta y se coloca detrás
de la oreja, ante los celosos reclamos en español de la joven que lo acompaña.
Después de El ángel azul, el cineasta la dirigió en otra media docena de películas: Marruecos (1930), Su deshonra o Fatalidad (Dishonored, 1931), La venus rubia (1932), El expreso de Shanghai (1932), La emperatriz escarlata (1934) y Carnaval en España que, por paradojas publicitarias, en España se llamó Tu nombre es tentación (The devil is a woman). Tan fácil que hubiera sido respetar la traducción literal del original: El diablo es una mujer, tanto en México como en España.
Mi maestro de lejanas épocas
universitarias, Gabriel Careaga, la definía de esta manera en su ensayo Violencia y política en el cine:
“Marlene Dietrich encarnó la
sensualidad en una especie de frío desdén, de eterna espera y de cierta
languidez. El desarrollo de su personalidad se debe a Joseph von Sternberg.
Su gran personaje fue Lola, la
mujer que enloquece de pasión a un viejo profesor en El ángel azul. La
Dietrich creaba su misterio sensual mediante la luz y las sombras. Provocando
una lejanía y una misteriosa distancia entre el público y el personaje. Y cuando
canta, es susurrante y envolvente, lo que impacta definitivamente al público
masculino. Era una mujer fatal que atrae a los hombres, los seduce y después
los deja.”
Al menos nos queda el consuelo de acudir a la videoteca y elegir con absoluta libertad alguno de los más notables entre los títulos de su filmografía. Es la clase de privilegios que se nos permiten a los cinéfilos de esta época.
Jules Etienne
* Dishonored se exhibió en México como Su deshonra mientras que en España se le conoce por Fatalidad.
Créditos finales:
1. Acompañada por Jean Cocteau; 2. En el cabaret Der Blaue Enge; 3. Con Josef von Sternberg ataviada como Lola Lola; 4. Con Gary Cooper y Adolphe Menjou en Marruecos; 5. En La venus rubia; 6. Foto promocional de los estudios Paramount.
No hay comentarios:
Publicar un comentario