Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
Mostrando entradas con la etiqueta Joan Fontaine. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Joan Fontaine. Mostrar todas las entradas

jueves, 19 de diciembre de 2013

REBECA SEGÚN HITCHCOCK, una entrevista de François Truffaut

 
 
FRANÇOIS TRUFFAUT: Supongo, señor Hitchcock, que llegó a Hollywood pensando que iba a rodar el film sobre el «Titanic», ¿no es así? Y en lugar de este proyecto, rodó Rebeca. ¿Cómo se produjo el cambio?
 
ALFRED HITCHCOCH: David O'Selznick me confesó que había cambiado de opinión y que había adquirido los derechos de Rebeca. Entonces, le dije: «Está bien, vamos a cambiar de proyecto».
 
F.T. Creía que había sido usted mismo quien había provocado el cambio y que tenía muchas ganas de rodar Rebeca.
 

A.H. Sí y no; cuando rodaba La dama desaparece, tuve oportunidad de comprar los derechos de la novela de Daphne du Maurier, pero eran demasiado elevados para mí.
 
F.T. ¿Está usted satisfecho de Rebeca?
 
A.H. No es una película de Hitchcock. Es una especie de cuento y la misma historia pertenece a finales del siglo XIX. Era una historia bastante pasada de moda, de un estilo anticuado. En aquella época había muchas escritoras: no es que esté en contra de ellas, pero Rebeca es una historia a la que le falta sentido del humor.
 
F.T. Sea como sea, tiene el mérito de la sencillez. Una señorita de compañía (Joan Fontaine) se casa con un lord (Laurence Olivier), atormentado por el recuerdo de su primera esposa, Rebeca, muerta misteriosamente. En la gran mansión de Manderley, la nueva esposa no se siente a la altura de las circunstancias, temerosa de decepcionar; se deja dominar y luego aterrorizar por el ama de llaves, la señora Danvers, obsesionada por el recuerdo de Rebeca. Una investigación tardía sobre la muerte de Rebeca, el incendio de Manderley y la muerte de la incendiaria, la señora Danvers, pondrán fin a las angustias de la heroína. ¿No estaba intimidado al rodar Rebeca, ya que se trataba de su primera película americana?
 
A.H. No puedo decir eso, pues es un film británico, completamente británico; la historia es inglesa, los actores también, y el director igualmente. Y esto me sugiere una pregunta interesante: ¿cómo sería Rebeca, si hubiera sido rodada en Inglaterra con el mismo reparto? ¿Qué se me hubiera ocurrido? No lo sé. Forzosamente existe en esta película una gran influencia americana, en primer lugar a través de Selznick y luego a través del autor de teatro Robert Sherwood, que escribió el guión desde un punto de vista menos estrecho de lo que hubiéramos hecho en Inglaterra.
 

F.T. Es un film muy novelesco.
 
A.H. Novelesco, sí. Hay una debilidad terrible en la historia, que nuestros amigos los verosimilistas no han observado: la noche en que encuentran el barco con el cadáver de Rebeca revela una coincidencia extraña. La noche en que creyeron que se había ahogado, encontraron el cuerpo de otra mujer a dos kilómetros de distancia, en una playa, lo que permitió a Laurence Olivier identificarla declarando: «Es mi mujer». Es curioso, pero nadie reconoce a esta mujer. ¿Es que no tuvo lugar una encuesta judicial cuando se encontró su cuerpo?
 
F.T. Es una coincidencia, pero en este film la situación psicológica está por encima de todo y se presta poca atención a las escenas explicativas, precisamente porque no afectan a la situación. Por ejemplo, yo nunca he comprendido bien la explicación final.
 
A.H. La explicación es que Max de Winter no mató a Rebeca, ella se suicidó porque tenía un cáncer.
 
F.T. Bueno, eso lo había comprendido, porque se dice claramente, pero lo que no me explico es lo siguiente: ¿él, Max de Winter, se creía culpable o no?
 
A.H. No.
 
F.T. ¡Ah, bueno! ¿Es muy fiel la adaptación a la novela?
 

A.H. Muy fiel, pues Selznick acababa de hacer Lo que el viento se llevó y según su teoría la gente se sentiría furiosa si se transformaba la novela, y esto valía también en el caso de Rebeca. Seguramente conocerá usted la historia de las dos cabras que se están comiendo los rollos de una película basada en un «bestseller», y una cabra le dice a la otra: «Yo prefiero el libro».
 
F.T. Sí, es una historia que tiene muchas variantes... Hay que decir que veintiséis años después, al volverla a ver, Rebeca es una película muy moderna, muy sólida.
 
A.H. Se mantiene todavía en pie, a pesar de los años transcurridos, y yo me pregunto cómo.
 
F.T. Creo que haber tenido que rodar esta película fue bueno para usted, haciéndole reaccionar a manera de un estimulante. De entrada, Rebeca era una historia poco de acuerdo con su personalidad artística, pues no era un «thriller» ni poseía los suficientes elementos de suspense; se trataba simplemente de una historia psicológica. De esta manera, usted se vio obligado a introducir el suspense en un puro conflicto de personajes, y pienso que esto le sirvió para enriquecer sus películas siguientes, alimentándolas con todo un material psicológico que, en Rebeca, le fue impuesto por la novela.
 
A.H. Sí, es cierto.
 
F.T. Por ejemplo, las relaciones de la heroína... Bueno, realmente, ¿cómo se llama?
 
A.H. No la llamaban nunca por su nombre...
 
F.T. ... Sus relaciones con el ama de llaves, la señora Danvers, suponen una novedad en su obra que volverá a aparecer a menudo a continuación, no sólo en el guión, sino también plásticamente: un rostro inmóvil y otro rostro que le aterroriza, la víctima y el verdugo en la misma imagen...
 
 
A.H. Sí, precisamente esto es algo que hice sistemáticamente en Rebeca, la señora Danvers no anda casi, nunca se la veía moverse. Por ejemplo, si entraba en la habitación en que estaba la heroína, la muchacha oía un ruido y la señora Danvers se encontraba allí, siempre, en pie, sin moverse. Era un medio de mostrarlo desde el punto de vista de la heroína: no sabía jamás dónde estaba la señora Danvers y de esta manera resultaba más terrorífico; ver andar a la señora Danvers la hubiera humanizado.
 
F.T. Me parece muy interesante y es algo que a veces se encuentra en los dibujos animados; por otra parte, usted asegura que es un film al que le falta humor, pero, cuando se le conoce bien, se tiene la impresión de que debió divertirse mucho escribiendo el guión, pues al fin y al cabo se trata de una muchacha que acumula a su alrededor toda clase de torpezas. Cuando el otro día volví a ver la película, le imaginaba trabajando con el guionista y diciéndose: «Veamos la escena de la comida, ¿le haremos tirar al suelo su cuchara o será mejor que haga caer el vaso o que rompa la servilleta...?» Se tiene la sensación de que debió de actuar de esta manera.
 
A.H. Es cierto, así ocurrió, y era muy divertido...
 

F.T. La muchacha está caracterizada un poco como el muchachito de Sabotaje; cuando rompe una estatuilla, oculta los fragmentos en un cajón, olvidando que es la dueña de la casa. Por otra parte, todas las veces que se habla de la casa, de la finca de Manderley, lo mismo que todas las veces que aparece en la pantalla, lo hace de una manera bastante mágica, con humo... y una música evocadora, etc.

A.H. Sí, porque, en cierta manera, la película es la historia de una casa; se puede decir también que la casa es uno de los tres personajes principales del film.
 
F.T. Eso es, y también la primera de sus películas que recuerde a un cuento de hadas.
 
A.H. Lo que hace también que parezca más cuento de hadas es que es prácticamente un film de época.
 
F.T. Merece la pena que nos detengamos en esta idea de cuento de hadas porque con frecuencia la volvemos a encontrar en sus películas. La importancia de poseer las llaves de la casa... el armario que nadie tiene derecho a abrir... la estancia en la que nadie entra jamás...
 

A.H. Sí, cuando hacíamos Rebeca éramos conscientes de estas cosas. Es verdad que los cuentos infantiles son generalmente terroríficos. Por ejemplo, el cuento de Grimm que se cuenta a los niños alemanes, «Hansel y Gretel», en el que los dos niños empujan a la anciana dentro del horno. Pero nunca se me ocurrió pensar que mis películas tenían semejanza a cuentos de hadas.
 
F.T. Creo que esto vale para muchas de sus películas porque usted opera en el campo del miedo y todo lo que se relaciona con el miedo nos retrotrae generalmente a la infancia, y porque, finalmente, la literatura infantil, los cuentos de hadas, están ligados a las sensaciones y, sobre todo, al miedo.
 
A.H. Es verosímil; además, recuerde que la casa de Rebeca no tenía ninguna situación geográfica precisa, estaba completamente aislada, y todo esto se encuentra de nuevo en Los pájaros. Es instintivo por mi parte: «Debo situar esta casa aislada para asegurarme de que en ella el miedo no tendrá recursos». En Rebeca, la casa se encuentra alejada de todo, y ni siquiera se sabe de qué ciudad depende. Actualmente podemos considerar también que esta abstracción, lo que usted llamaba la estilización americana, es, en cierta medida, un producto del azar, y en este caso está motivada porque rodábamos un film inglés en America. Imaginemos que hubiéramos rodado Rebeca en Inglaterra. La casa no estaría tan aislada, porque hubiéramos tenido la tentación de presentar los alrededores y los senderos que llevan a esta casa. Las escenas de llegadas serían más reales y tendríamos una sensación de situación geográfica exacta, pero no tendríamos el aislamiento.
 

F.T. A propósito de esto, ¿hicieron los ingleses críticas a la película con relación a los aspectos americanos de Rebeca?
 
A.H. Más bien les gustó el film.
 
F.T. Cuando se ve la casa en plano general, no existe, ¿era una maqueta?
 
A.H. Es una maqueta y también la carretera que conduce hasta ella.
 
F.T. El uso de maquetas idealiza plásticamente al film, evoca ciertos grabados y refuerza una vez más el aspecto de cuento de hadas. En el fondo, la historia de «Rebeca» es muy parecida a la de «Cenicienta».
 
A.H. La heroína es Cenicienta y la señora Danvers es una de sus malvadas hermanas; pero esta comparación está todavía más justificada con una comedia inglesa anterior a «Rebeca», que se titula: «Su casa está en orden», cuyo autor es Pinero*. En esta obra teatral la mujer malvada no era el ama de llaves, sino la hermana del dueño de la casa, por tanto, la cuñada de Cenicienta. Es fácil suponer que esta obra influyó a Daphne du Maurier.
 

F.T. El mecanismo de Rebeca es bastante fuerte: conseguir una opresión creciente únicamente hablando de una muerta, de un cadáver que no vemos nunca... Creo que la película obtuvo un Oscar, ¿no?
 
A.H. Sí, para el mejor film del año.
 
F.T. ¿Es éste el único Oscar que usted ha conseguido?
 
A.H. Nunca he recibido un Oscar.
 
F.T. Pero, sin embargo, el de Rebeca...
 
A.H. Este Oscar fue para Selznick, el productor; aquel año, en 1940, fue John Ford quien tuvo el Oscar al mejor director por Las uvas de la ira.
 
* Se refiere a Arthur Wing Pinero. 

martes, 17 de diciembre de 2013

Joan Fontaine estaba esperando a un inglés...

 
Había nacido en Tokyo, a pesar de ser inglesa su verdadero apellido era De Beauvoir y se tuvo que trasladar a Hollywood para seguir rodeada de británicos desde el principio de su carrera en el cine: Derrick De Marney en Rubia en prenda (Blond Cheat, 1938); le seguiría Cary Grant en Gunga Din (1939) y más tarde en Sospecha (Suspicion, 1941), de Alfred Hitchcock, por la que ganó el Oscar a la mejor actriz; Patrick Knowles y Herbert Marshall en Abismos (Ivy, 1947); Ray Milland en Algo por que vivir (Something to Live For, 1952); también coincidió con otro ingles, Edmund Gwenn en El bígamo (1953); y James Mason en Isla en el sol (1957) pero, sobre todo y para siempre, Laurence Olivier en Rebeca (1940).
 
 
Por supuesto que también tuvo galanes franceses como Louis Jourdan y Charles Boyer, quien era un concertista de renombre en Tuya hasta la muerte, también conocida como La ninfa constante (1943). Y es que los personajes que ejercían el oficio de la música se repitieron a lo largo de su filmografía -ella misma era una pianista en Sinfonía otoñal (September Affair, 1950)-, lo cual incluye al vendedor de gramófonos Bing Crosby en El vals del emperador (1948) y dos tenores: Nino Martini en Music for Madame (1937) y el célebre Mario Lanza en Serenata (1956).
 
 
Dicha galería rebasa, sin embargo, cualquier límite cuando se enamora de un pretendido pirata francés interpretado por un mexicano en El pirata y la dama (Frenchman’s Creek, 1944). Una película de la que no guardaba gratos recuerdos. Al menos así es como lo apuntaba en su autobiografía No es un lecho de rosas (No Bed of Roses). Ahí cuenta que la Paramount había planeado una producción a todo color para el lanzamiento de un actor que era muy famoso en México pero desconocido para el público estadounidense. Sin embargo, la dirección del proyecto se le encomendó a Mitchell Leisen, un experto en musicales que le prestó mayor atención a la escenografía y el vestuario que a la actuación. Por ese motivo, Joan Fontaine optó por retirarse a su mansión en Rodeo Drive y no quería saber más de la película.
 
Tuvo que regresar después de las predecibles llamadas de abogados, de su agente y hasta del propio productor, el poderoso David O. Selznick, quien le hizo una serie de promesas –según aseguraba-, finalmente incumplidas. Narraba como la llenaron de pelucas rojas, faldas amponas, satines, encaje y terciopelo, joyas y tiaras a un grado en el que: “Yo, de Winter en Rebeca, nunca me habría reconocido”.
 
Mi coestrella –prosigue-, Arturo de Córdova, no era un hombre alto. Le tuvieron que poner plataformas a sus botas para que rebasara mi estatura. Se tambaleaba al caminar. Y su acento no sonaba como el de un francés.”
 
 
Suponía que toda esa parafernalia referente al vestuario contribuyó a restarles movilidad a los actores y por eso era que no se percibían naturales ni auténticos. “Durante el rodaje, Arturo, quien me agradaba, y yo, estábamos de pie en nuestras marcas esperando que la cámara comenzara a filmar. Sabiendo que la película iba a ser un desastre para ambos, le pregunté por qué la había aceptado. Si él era una de las estrellas más populares en México, estaba arriesgando mucho al debutar en una película como El pirata y la dama.
 
En ese momento, Nigel Bruce y Basil Rathbone, de quienes se había difundido el chisme de que eran amantes homosexuales –señala la propia Fontaine-, alcanzaron a escucharla y tergiversaron lo dicho. Al día siguiente los columnistas del ocio publicaron que ella le habría pedido a de Córdova que “se regresara a México, de donde había llegado”. La película, termina diciendo, “resultó infeliz en todos los aspectos”.
 
Sin embargo, cuando refería esto último, ignoraba otro aspecto aún más trágico. Ante la mirada burlona de su pareja -debido a su peluca y a que trastabilleaba al andar-, con quien de Córdova vivía entonces y por ese motivo era asidua visitante del set, Lupe Vélez conocería entre los actores secundarios a un austríaco que desempeñaba el papel de Edmond. Y serían precisamente para él, Harald Maresch, sus últimas palabras en una nota de despedida apenas unos meses después, la noche del 13 de diciembre de 1944, en que se suicidó.
 
 
Volviendo con Joan, la siempre candorosa Joan Fontaine, con un Oscar en su bagaje. Tal vez debido a que todos los ingleses mencionados al principio de esta crónica fallecieron hace años, esperó a otro no menos famoso, Peter O’Toole, quien murió un par de días antes que ella, para que la acompañara. Y si Joan Fontaine tenía 96 años, lo sorprendente es que todavía le sobrevive su hermana mayor, Olivia de Havilland, de quien Emilio El Indio Fernández estuvo tan enamorado que le cambió el nombre a la calle en la que vivía en Coyoacán y la bautizó en su honor como Dulce Olivia.
 
 
Joan Fontaine, la inolvidable señora de Winter en Rebeca, había pasado los últimos años de su vida en el mismo lugar en el que murió: Carmel, Califonia, una población de la que alguna vez Clint Eastwood fue alcalde. El cine marcó para siempre todos los aspectos de su vida.


Jules Etienne