Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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martes, 10 de diciembre de 2019

A cincuenta años de su estreno: BAILE DE ILUSIONES (They Shoot Horses, Don't They?, 1969)


Cuando Sidney Pollack dirigió Baile de ilusiones (They Shoot Horses, Don't They?), en 1969, se encontraba en el despegue de su carrera y representó su primera candidatura al Oscar. A partir de entonces cimentó una trayectoria que lo llevaría a realizar veinte películas, algunas tan exitosas como Nuestros años felices (The Way We Were, 1973) y África mía (Out of Africa, 1985).

Al ver de nueva cuenta Baile de ilusiones uno se percata de la solidez de sus cualidades fílmicas, ya que cuarenta años después no se percibe que haya envejecido, por el contrario, en ese lapso ha sido posible revalorarla. Si no obtuvo una mayor difusión es por lo escabroso de la historia y su atmósfera impregnada de nihilismo.


En los años treinta, durante la gran depresión, los más desesperados hacían lo que fuese para sobrevivir. Se organizaban maratones de baile que podían prolongarse durante días enteros, en una competencia inhumana que intentaba atraer el morbo de los espectadores. En ese escenario acudimos a presenciar el microcosmos de un grupo de fracasados que entrelazan sus miserias, hasta que la protagonista decide ponerle fin a tanto sufrimiento utilizando la misma lógica de cuando se tiene que sacrificar a los caballos -de allí el título original en inglés-, y le suplica a Robert que sea él quien lo haga porque a ella carece de fuerza para apretar el gatillo. Así es como da principio la película y también la novela de Horace McCoy:


"Me puse de pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo. Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se inclinara hacia el lado opuesto; no la veía bien de perfil pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico. Estaba muy equivocado. No sufrió."


El reparto hace un derroche de intensidad, encabezado por Jane Fonda como Gloria, una mujer autodestructiva quien pronunciará al final la frase que inspira el título de la novela en que se basa, con Michael Sarrazin en el papel de Robert, además de Susannah York, Gig Young y Red Buttons, por lo que el reparto se erige como uno de los aspectos más sólidos de una producción que recrea con acierto la época en la que se desarrolla la trama. Retrato impecable y amargo de los avatares de la condición humana.




Jules Etienne

jueves, 10 de septiembre de 2015

Jerzy Skolimowski: LA ESTRIDENCIA COMO RITUAL, en EL GRITO (The Shout, 1978)


Me entero a través de las noticias que Jerzy Skolimowski, con 77 años cumplidos, presentó en el festival de Venecia su más reciente película que lleva el título de 11 minutos. Para su mala fortuna, las crónicas no han sido entusiastas y al parecer se trata de un trabajo menor que nada agrega al prestigio de su filmografía.

El joven guionista que debutara en 1960 escribiendo Los inocentes hechiceros en colaboración con el veterano Jerzy Andrzejewski para el legendario Andrzej Wajda, devino en cineasta autor de una obra con mérito propio. En esa ocasión, por cierto, desempeñó también el breve papel de un boxeador, lo que le permitió coincidir con uno de los miembros del reparto que participaba en la película y con quien más adelante habría de encontrarse de nuevo. Apenas un par de años después, sería autor del guión para el primer largometraje dirigido por ese actor llamado Roman Polanski: Cuchillo en el agua.

 
La trayectoria de Skolimowski como realizador alcanzó su punto más alto en 1978, con El grito (The Shout), basada en el relato homónimo de Robert Graves, con la que obtuvo el gran premio del jurado en el fesival de Cannes. Una película que incluso resulta superior a la obra literaria que la inspiró. La labor de adaptación del propio Skolimowski y de Michael Austin, su coguionista, es impecable. Ni han soslayado nada de lo que se aprecia en la narración y, por el contrario, sobre una breve historia con poco más de la docena de páginas, erigieron un largometraje cabal de mayores dimensiones.


Lo más notable de dicha adaptación es su respeto por la naturaleza alucinante de la fábula narrada durante un juego de cricket por Crossley (Alan Bates), paciente internado en un manicomio, acerca de un intruso que irrumpe en la intimidad del matrimonio de Rachel (Susannah York) y Richard (John Hurt), en un pequeño poblado británico. Apelando a un fantasioso pasado en Australia, donde aprendió entre los aborígenes un grito sobrenatural que puede provocar la muerte, emprende un juego perverso, a través del miedo a lo desconocido, ilusión y magia, que culmina con el dominio sexual sobre la mujer y la subyugación resignada de su marido.

 
En determinado momento, Richard insiste en que le permita conocer su grito. Crossley lo conduce a las dunas y será en ese lugar donde vamos a asistir al despliegue sonoro del ritual -cabe la acotación de que fue una de las producciones pioneras en el empleo del sistema Dolby-. Pero todo eso no es más que tiempo pasado, la pesadilla de un sujeto encerrado por su demencia. Después de todo, ¿no decía André Breton que lo admirable de lo fantástico es que no existe, pues todo es real?
 



El grito se apoya esencialmente en sus tres protagonistas, es sobre el eje de sus actuaciones que el conjunto fílmico puede girar hasta el desenlace. La presencia de Susannah York resulta, a la vez, ingenua y perversa. Tiene la sencillez de la esposa provinciana y la disposición para someterse ante la presencia del extraño. Al lado de Bates y Hurt, se erige como el vértice de un triángulo ominoso.



 
Jerzy Skolimowski suele decir que filma para complacerse a sí mismo. En cuanto al relato de Robert Graves que lo motivó a realizar esta película, asegura que fueron "sus ambigüedades y el sentido de lo absurdo".
 
Tras haber realizado Llave de 30 puertas en 1991, dejaría de filmar durante un período de diecisiete años para dedicarse a la pintura. Cuatro noches con Ana marcó su retorno, en 2008, al festival de Cannes y más tarde, en 2010, recibió el premio especial del jurado en la Mostra de Venecia por Asesinato esencial (Essential Killing), en la que aparece, por cierto, Emmanuelle Seigner, esposa de su viejo amigo Polanski. Con 11 minutos volvió a la sección competitiva de nuevo en Venecia, aunque con mucho menos fortuna.

 
¿Cuántos proyectos aguardan en el futuro de este cineasta ya casi octogenario? Es un hecho que cada nueva película supone la posibilidad de quedarse para la posteridad como testamento, pero es innegable el valor que le confiere El grito al conjunto de su legado fílmico.


Jules Etienne