Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.

jueves, 12 de junio de 2014

El testamento fílmico de Stanley Donen: ÉCHALE LA CULPA A RÍO (Blame It on Rio)

 
Hurgando en la memoria entre los títulos de películas que acontecen en Brasil, y de manera más específica, en Río de Janeiro, estuve recordando las audacias coreográficas de Volando a Río, (Flying Down to Rio, 1933), con Dolores del Río y Emilio Indio Fernández como uno de los bailarines sin crédito en el reparto, o esa delicia inolvidable Tuyo es mi corazón (Notorious; 1946), con el romance de Cary Grant e Ingrid Bergman sobrepuesto a una trama de espionaje por obra y gracia del maestro Alfred Hitchcock, por supuesto, sin que nada de esto signifique ignorar Orfeo negro, el mito de Orfeo y Eurídice trasplantado al carnaval y las favelas brasileñas en 1959, por Marcel Carné. Y de manera inevitable fui a caer con la disfrutable comedia Échale la culpa a Río (Blame It On Rio, 1984), de Stanley Donen.

 
Al momento de precisar las fechas correspondientes de producción y estreno, me encontré con que durante el mes de febrero se cumplieron ya tres décadas de su exhibición, lo que me llevó a la nostalgia pensando en que se trataba del primer papel plenamente reconocible que tuvo Demi Moore en la pantalla. En todo este lapso, la entonces desconocida Demetria Guynes llegó al estrellato y ha optado por un retiro temporal del cine. Tanto tiempo ha transcurrido. Sin embargo, no deja de llamar la atención que Stanley Donen, su realizador, tenía por esa época sesenta años y nunca volvió a dirigir un largometraje para la pantalla -sólo algunas producciones televisivas-. Recién acaba de cumplir los noventa el pasado 13 de abril.
 
En otras palabras, que el responsable de títulos tan notables como Cantando en la lluvia, La indiscreta -también protagonizada por la dupla de Ingrid Bergman y Cary Grant-, y un par de los títulos más logrados en la filmografía de Audrey Hepburn: CharadaDos para el camino, habría culminado su carrera precisamente con Échale la culpa a Río.
 
 
El testamento fílmico de John Huston fue una espléndida película intimista y breve, Los muertos, inspirada por la narrativa de James Joyce, en tanto que Sergio Leone firmó su obra con un díptico magistral: Érase una vez en América. Más cercano a Donen se ubica Blake Edwards, tanto en el aspecto generacional como geográfico, así como en el tono de comedia que predomina en sus trabajos. Concluyó su carrera con El hijo de la pantera rosa un tanto descolorida y luego una nueva versión para la televisión de su exitosa Víctor Victoria. Queda claro que no siempre el colofón está a la altura de la trayectoria. ¿Échale la culpa a Río le hará justicia a Stanley Donen?
 
 
La trama se ocupa de las vacaciones en Río de Janeiro, como su título ya lo advierte, de dos viejos amigos: Matthew (Michael Caine) y Victor (Joseph Bologna), con sus respectivas hijas adolescentes. El primero se encuentra en plena crisis matrimonial mientras que el segundo está en el proceso de concluir los trámites legales para obtener su divorcio. El guión proviene de una película francesa de Claude Berri: Un momento de extravío (Un momento d'égarement,1977), con la dulce Agnès Soral como protagonista y las playas de Saint-Tropez el escenario en que acontece.

 
La propuesta lúdica del típico cuarentón que termina dejándose seducir por el ardor adolescente de la voluptuosa hija de su amigo (Michelle Johnson) -ante la desconcertada indignación de éste y el silencioso reproche de su propia hija (Demi Moore)-, provocan su profundo sentimiento de culpa, una vez que ha cedido ante la candorosa insistencia de la joven que le llama afectuosamente "tío Matthew". Todos los mecanismos que caracterizan a una comedia de enredos: las imprescindibles confusiones, los enfrentamientos y malentendidos que llevan a posturas absurdas y obsesiones extremas, se ponen en marcha.
 
 
Sin caer en el error de la moraleja, la película emprende una visión irónica que en algunos momentos alcanza extremos risibles, de esa ecuación tan común en las relaciones de pareja de nuestros tiempos: adulterio, divorcio, arrepentimiento y soledad.

Donen no quiso pasar por alto la oportunidad de rendir un homenaje nostálgico a los musicales cultivados por él, cuando en las alas del avión en el que viajan los protagonistas surge, en blanco y negro, un grupo de bailarinas ejecutando una fantasía musical.
 
"Con Échale la culpa a Río (Stanley Donen) recupera su savia personal y entronca directamente con sus orígenes al ofrecernos un producto sin más pretensiones que divertir. La elección de un tema actual resuelto al estilo de siempre hacen de Échale la culpa a Río una comedia ejemplar, comedida, donde nada se sale de tono, embarcando al espectador en una aventura agradable", escribió Juan Arribas en Cine para leer en el ya lejano año de 1984. Supuse con optimismo que este podría ser el digno remate para un especialista en comedias ligeras y que, llegado el momento, hasta se podría revalorar a esta película en cierta medida. Parece que me equivoqué.
 
 
Buscando a través de la red con la intención de verificar fechas y obtener algunas imágenes para ilustrar el presente texto, me topé con que una persona de nombre Joal Ryan, quien escribe para el sitio de Yahoo Movies, la etiqueta como "la comedia romántica más inapropiada de todos los tiempos". Después de leer sus aseveraciones concluyo en que la moral se está volviendo más rígida en ciertos aspectos de la vida -por fortuna no en todos-, que en el nombre de lo "políticamente correcto" la sociedad, ahora global, se encamina hacia un totalitarismo neofascista y aquel que se atreva a cuestionar esos principios será, sin duda, acusado, juzgado y condenado con el simple movimiento del dedo índice, sin necesidad de escuchar sus motivos y argumentos a la manera de -¡qué paradoja!-, aquel Brasil (1985), de Terry Gilliam.
 
 
Y es que, ¿cómo pudo atreverse Stanley Donen a presentar el romance de un hombre de 43 años que se involucra con una joven de diecisiete? No importa que ella haya tomado la iniciativa del acoso sexual y se muestre tan avanzada en ese terreno que será quien termine por dejarlo, en el siglo 21 a eso se le llama pedofilia. De acuerdo con la óptica actual, una joven bombardeada con imágenes eróticas en los medios y con acceso a la pornografía en la red, sigue siendo inocente.
 
 
El próximo paso será quemar todas las copias existentes de Niña bonita (Pretty Baby, 1978), de Louis Malle, con la hermosa y precoz Brooke Shields, y prohibir la lectura de Lolita, esa pieza maestra de la ironía del maestro Vladimir Nabokov. Parece que hacia allá vamos.

Jules Etienne

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