Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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jueves, 21 de enero de 2016

Ettore Scola: SUS PELÍCULAS QUE AMÁBAMOS TANTO

Sólo Scola fue capaz de transfigurar al epítome de la pareja romántica, Sophia Loren y Marcello Mastroianni, más allá de las otras dieciséis películas que protagonizaron, en la inusual circunstancia de presentarlo a él como un homosexual junto a la esposa sumisa y desaliñada de un militante fascista en la Italia de Mussolini cuando ambos, en un momento de efímera complicidad, se dejan llevar por las casualidades de su circunstancia para establecer un puente de soterrada atracción entre dos soledades.


Y también fue Scola quien nos convenció de que un joven militar era capaz de abandonar la belleza personificada por su amante Laura Antonelli para involucrarse hasta el absurdo con una mujer desagradable y fea. De permitirnos ver llorar a Stefania Sandrelli sin que sollozara en la pantalla. Además de mostrarnos un singular repaso de las modas y acontecimientos del siglo pasado en un salón de baile parisino a través de un espectáculo sin palabras. Sólo él. Sólo Ettore Scola. 


El cine italiano se ha distinguido por su eficacia para generar una obra maestra tras otra y, por consecuencia, propiciar la trayectoria de cineastas que alcanzaron las dimensiones de Luchino Visconti, Vittorio de Sica, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Bernardo Bertolucci y, por supuesto, de Ettore Scola, cuya muerte es lo que nos motiva a ocuparnos de sus legado fílmico.


No creo que exista un auténtico cinéfilo que no haya disfrutado su trabajo y mantenga su preferencia por cierta escena en particular o por alguno de los títulos que integran una de las filmografías más vitales en la historia del cine. Las referencias en el párrafo inicial del presente texto corresponden a Un día especial (Una giornata particolare, 1977), Pasión de amor (Passione d'amore, 1981), Nos amábamos tanto (C'eravamo tanto amati, 1974) y El baile (Le Bal,1983), respectivamente. En lo personal, siempre me conmovió aquella serie de fotografías que se tomaba Stefania Sandrelli para exponer el trance paulatino de la decepción al llanto en Nos amábamos tanto.

 
¿De qué nivel será la obra de Scola que sin necesidad de haber mencionado otros títulos bastan los anteriores para reconocer sus méritos? Porque Sucios, feos y malos (Brutti, sporchi e cattivi, 1976), La terraza (1980), La noche de Varennes (La nuit de Varennes, 1982), Splendor (1989), la improbable dupla de Jack Lemmon y Marcello Mastroainni discutiendo por las calles de Nápoles en Macarrones (Macaroni, 1985), muestran la capacidad narrativa de Scola y corroboran su pleno dominio sobre la imagen.



Resultaría injusto pasar por alto su guión para La vida fácil (Il sorpasso, 1962), la inolvidable comedia de Dino Risi. Todavía me recuerdo como un preadolescente de secundaria tratando de que me dejaran entrar al cine Hilda en mi natal Tampico para ver Hablemos de mujeres (Se permettete parliamo di donne, 1964), sin tener siquiera idea de quién sería ese tal Ettore Scola y de que era su debut como director. Se trataba de una función restringida bajo la ominosa etiqueta de «sólo para adultos», por lo que me tuve que conformar con verla años después.
 
 
Lo extrañamos tanto y ahora sólo nos queda conservar su herencia fílmica. Como sucedió con aquel pintor callejero de Nos amábamos tanto: el blanco y negro también se transformó en el color de sus películas. El conjunto de su legado es un retrato de las pasiones humanas que nunca pierde vigencia. Habrá que volver a recorrerlo.

Jules Etienne
 
Créditos finales:
 
Sophia Loren y Marcello Mastroianni en Un día especial (Una giornata particolare, 1977).
Un grupo de los actores que protagonizan El baile (Le Bal,1983).
Laura Antonelli en Pasión de amor (Passione d'amore, 1981).
Stefania Sandrelli en Nos amábamos tanto (C'eravamo tanto amati, 1974).
Fotomontaje publicitario de Hablemos de mujeres (Se permettete parliamo di donne, 1964).
Collage de Nos amábamos tanto , película que alterna la  fotografía en blanco y negro con la de color.

martes, 23 de junio de 2015

Adiós, divina criatura: LAURA ANTONELLI Y LAS TRAICIONES DE LA BELLEZA

 
El tiempo, más que el espejo, reflejaba arrugas sobre el rostro de Laura Antonelli que nosotros jamás advertimos en los personajes que interpretó, gracias a la magia del maquillaje. De pronto, como si quisiera impedir que acudiéramos a atestiguar el drama de su vejez, desapareció del cine. Su presencia se difuminó como también había acontecido con la de Brigitte Bardot hace ya más de cuarenta años. La verdadera razón, en cambio, era muy diferente. Nos enteramos ahora, después de su muerte.

En Hermosos y malditos, de F. Scott Fitzgerald, tiene lugar un diálogo entre La voz y La belleza, en la que aquella le advierte: "Bailarás ritmos nuevos con la misma gracia con que bailabas los antiguos", a lo que la belleza inquiere, "¿Se me pagará?", la respuesta final adquiere un tono lapidario: "Sí, como de costumbre... en amor". Las muertes en años recientes de los símbolos sexuales Anita Ekberg y Sylvia Kristel, tienen el mismo denominador común que la de Laura Antonelli: mientras duró su belleza, disfrutaron del éxito y la fama, tuvieron legiones de admiradores y una vez marchitas, sólo les quedó el retiro y el olvido. En contraste, su legado permanece indeleble en la imagen siempre joven que nos sigue obsequiando la pantalla y en la memoria exaltada de quienes alguna vez tuvieron en ellas una entrañable musa de la adolescencia. Esa será, para siempre, la gran paradoja de su vida.

 
Se llamaba en realidad Laura Antonaz y había iniciado su carrera a principios de los años sesenta con pequeños papeles, la mayoría de ellos sin crédito. Fue como la esposa de Lando Buzzanca en una de esas comedias de erotismo desinhibido que abundaron en el cine italiano por aquella época, cuando se volvió reconocible: El mirlo macho. La historia de un marido que descubre la extraordinaria belleza de su mujer desnuda y se deja arrastrar por una obsesión exhibicionista para que los demás también puedan dar testimonio de sus ocultos atractivos. De allí, al éxito de Malicia (1973), como Ángela, la criada perfecta -fotografiada por Vittorio Storaro- que propicia el entusiasmo sexual de un adolescente, se requería sólo un paso.
 

Su carrera se fue consolidando y pasó de las comedias picantes a películas más ambiciosas, al grado de que en algún momento sería dirigida por cineastas con el prestigio de Ettore Scola en Pasión de amor (1981), y de Luchino Visconti en su testamento fílmico que llevaba por título El inocente (1976); así como Giuseppe Patrone Griffi en Divina criatura (1975) y La jaula (1985) o Mauro Bolognini en Gran bollito (1977) y La veneciana (1986).
 
 
Conoció a Jean Paul Belmondo a finales de 1970, en Francia, cuando filmaba Gracias y desgracias de un casado del año II, película con un reparto notable (Marlène Jobert, Charles Denner, Pierre Brasseur, Sami Frey, Jean Pierre Marielle, Michel Auclair, Patrick Dewaere) y al poco tiempo trabajaron juntos de nuevo en Doctor Casanova (Doctor Popaul), bajo la dirección de Claude Chabrol, una comedia de humor negro en la que Mia Farrow era su hermana. A partir de entonces sostuvieron un publicitado romance que Belmondo calificaría al enterarse de su muerte, con una suerte de epitafio: "Era una compañía adorable".
 
 
Junto con otras jóvenes actrices, como Ornella Mutti, Stefania Sandrelli y Agostina Belli, tomaron el relevo de las grandes estrellas italianas de la generación anterior, que encabezaban Sophia Loren, Claudia Cardinale, Gina Lollobrígida. En cuanto a los actores, compartió créditos con Marcello Mastroianni en Esposamante (1977), con Vittorio Gassman en El turno (1981), Giancarlo Giannini en El inocente, y coincidió con Jean Louis Trintignant en Sin motivo aparente (1971) y la ya mencionada Pasión de amor.

 
Impulsada por esa consabida terquedad de mantener una juventud que se escapa, intentando detener el ominoso calendario fisiológico que impone su fatalidad al cuerpo, decidió someterse a una cirugía de la ignominia estética: el rostro deforme y la gordura instigada por las depresiones marcaron un cuesta abajo de su vida en los últimos años. Desde que fue detenida por posesión de drogas en 1991 hasta lograr la absolución una década más tarde, pasando por un período recluida en un centro de recuperación siquiátrica en 1996. Un amargo trayecto desde que apareció en noviembre de 1980, en la portada de la edición italiana de la revista Playboy y se le promocionaba como "la mujer del siglo".

 
Quienes aún la recuerdan durante su apogeo ahora se dedican a compartir pesares en los foros virtuales. Y es que Laura Antonelli llegó a ser, en verdad, el epítome de la hermosura femenina. Gracias a la taumaturgia del cine, podrá permanecer para siempre en plena fragancia de su juventud.

Jules Etienne