Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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jueves, 10 de septiembre de 2015

Jerzy Skolimowski: LA ESTRIDENCIA COMO RITUAL, en EL GRITO (The Shout, 1978)


Me entero a través de las noticias que Jerzy Skolimowski, con 77 años cumplidos, presentó en el festival de Venecia su más reciente película que lleva el título de 11 minutos. Para su mala fortuna, las crónicas no han sido entusiastas y al parecer se trata de un trabajo menor que nada agrega al prestigio de su filmografía.

El joven guionista que debutara en 1960 escribiendo Los inocentes hechiceros en colaboración con el veterano Jerzy Andrzejewski para el legendario Andrzej Wajda, devino en cineasta autor de una obra con mérito propio. En esa ocasión, por cierto, desempeñó también el breve papel de un boxeador, lo que le permitió coincidir con uno de los miembros del reparto que participaba en la película y con quien más adelante habría de encontrarse de nuevo. Apenas un par de años después, sería autor del guión para el primer largometraje dirigido por ese actor llamado Roman Polanski: Cuchillo en el agua.

 
La trayectoria de Skolimowski como realizador alcanzó su punto más alto en 1978, con El grito (The Shout), basada en el relato homónimo de Robert Graves, con la que obtuvo el gran premio del jurado en el fesival de Cannes. Una película que incluso resulta superior a la obra literaria que la inspiró. La labor de adaptación del propio Skolimowski y de Michael Austin, su coguionista, es impecable. Ni han soslayado nada de lo que se aprecia en la narración y, por el contrario, sobre una breve historia con poco más de la docena de páginas, erigieron un largometraje cabal de mayores dimensiones.


Lo más notable de dicha adaptación es su respeto por la naturaleza alucinante de la fábula narrada durante un juego de cricket por Crossley (Alan Bates), paciente internado en un manicomio, acerca de un intruso que irrumpe en la intimidad del matrimonio de Rachel (Susannah York) y Richard (John Hurt), en un pequeño poblado británico. Apelando a un fantasioso pasado en Australia, donde aprendió entre los aborígenes un grito sobrenatural que puede provocar la muerte, emprende un juego perverso, a través del miedo a lo desconocido, ilusión y magia, que culmina con el dominio sexual sobre la mujer y la subyugación resignada de su marido.

 
En determinado momento, Richard insiste en que le permita conocer su grito. Crossley lo conduce a las dunas y será en ese lugar donde vamos a asistir al despliegue sonoro del ritual -cabe la acotación de que fue una de las producciones pioneras en el empleo del sistema Dolby-. Pero todo eso no es más que tiempo pasado, la pesadilla de un sujeto encerrado por su demencia. Después de todo, ¿no decía André Breton que lo admirable de lo fantástico es que no existe, pues todo es real?
 



El grito se apoya esencialmente en sus tres protagonistas, es sobre el eje de sus actuaciones que el conjunto fílmico puede girar hasta el desenlace. La presencia de Susannah York resulta, a la vez, ingenua y perversa. Tiene la sencillez de la esposa provinciana y la disposición para someterse ante la presencia del extraño. Al lado de Bates y Hurt, se erige como el vértice de un triángulo ominoso.



 
Jerzy Skolimowski suele decir que filma para complacerse a sí mismo. En cuanto al relato de Robert Graves que lo motivó a realizar esta película, asegura que fueron "sus ambigüedades y el sentido de lo absurdo".
 
Tras haber realizado Llave de 30 puertas en 1991, dejaría de filmar durante un período de diecisiete años para dedicarse a la pintura. Cuatro noches con Ana marcó su retorno, en 2008, al festival de Cannes y más tarde, en 2010, recibió el premio especial del jurado en la Mostra de Venecia por Asesinato esencial (Essential Killing), en la que aparece, por cierto, Emmanuelle Seigner, esposa de su viejo amigo Polanski. Con 11 minutos volvió a la sección competitiva de nuevo en Venecia, aunque con mucho menos fortuna.

 
¿Cuántos proyectos aguardan en el futuro de este cineasta ya casi octogenario? Es un hecho que cada nueva película supone la posibilidad de quedarse para la posteridad como testamento, pero es innegable el valor que le confiere El grito al conjunto de su legado fílmico.


Jules Etienne 

sábado, 11 de abril de 2015

Entre Orson Welles y Nicole Kidman: EL MAR COMO TESTIGO


Podría considerarse A pleno sol (Plein Soleil, 1959), dirigida por René Clément, sobre una novela de Patricia Highsmith, pionera en cuanto a ubicar la intriga criminal en el mar. Otra película previa, todo un clásico como sería el caso de Rebeca (1944), se limitaba a las referencias verbales, aunque manteniendo sus escenarios entre la mansión Manderley y el entorno urbano, sin trasladar la cámara para registrar el suceso en el que Max de Winter hunde su propio yate tratando de deshacerse del cadáver de su primera esposa. De tal manera que con A pleno sol se inauguraba una suerte de subgénero en cuanto al escenario del crimen. Luego de cuatro décadas, la misma novela volvió a filmarse, sólo que en inglés: El talentoso señor Ripley, de Antony Minghella, con Matt Damon en el papel que originalmente interpretara Alain Delon.
 
 
Valdría la pena mencionar también Cuchillo en el agua (1962), largometraje inicial en la extensa filmografía de Roman Polanski, aun cuando su violencia soterrada permanece en el ámbito emocional de los personajes sin que llegue al extremo del asesinato, únicamente a la infidelidad. La acción se desarrolla en un velero sin motor, entre la mañana de un domingo y el amanecer del lunes. Una pareja se dispone a un paseo dominical por el lago Mazura cuando en el camino recogen a un joven desconocido, a quien terminan invitando a navegar con ellos. A partir de ese momento se concentra la atmósfera de agresiones con su correspondiente rechazo, impregnada a su vez de una evidente tensión sexual. El guión es de Jerzy Skolimowski, quien posteriormente sería el realizador de El Grito y Vientos de opresión -un par de películas ya comentadas en este mismo espacio-, y de Complot en altamar (Lightship, 1985), cuya acción también acude al escenario marítimo.
 

Varias cintas llevan el mismo título original en inglés: Dead in the Water. En orden cronológico se les conoce en español como Muerte bajo el agua (1991), Travesía mortal (2002) y Muerte en el agua (2006). La primera de ellas dirigida por Bill Condon con Bryan Brown y la segunda protagonizada por Dominique Swain, unos años después de la nueva versión de Lolita (1997), cuando ya había perdido su frescura adolescente. La última de las tres no corresponde a un reducido grupo de personajes, sino a una fiesta en un yate durante la cual aparece muerta la pareja del anfitrión, un tanto más cercana al rompecabezas que era El fin de Sheila (1973), de Herbert Ross, que al resto de las cintas ya citadas.


En 1947, en La dama de Shanghai, un joven Orson Welles -caracterizando al marino Michael O'Hara- subió al yate llamado Circe, igual que la mitológica hechicera, en el que tendida en su cubierta Rita Hayworth tomaba el sol en traje de baño. Más de veinte años después, se bajó del Sarraceno, en la costa dálmata, con la amargura de una película incompleta: The Deep, de la que había escrito su guión basado en la novela Mar Calmo (Dead Calm), de Charles Williams.*

Fueron diversas causas, sobre todo financieras, las que terminaron por hundir ese proyecto. En una entrevista durante el festival de cine de Berlín, en el año 2000, su protagonista Jeanne Moreau recordaba cuando se tuvo que suspender el rodaje de la película y decía que Welles era "muy frágil y podía ser autodestructivo", de manera que en determinado momento dejaron de tener noticia de él: "Me encontraba en el quinto piso del hotel y arriba estaba la suite donde se hospedaba Orson. Al quedarme en la terraza viendo el paisaje, pude ver los trozos de ceniza de su puro al caer. Yo sabía quien estaba fumando allá arriba".


Todavía Welles realizó un último esfuerzo para rescatar la producción, por lo que pensó en añadir la voz de un narrador, que no debería ser la suya puesto que tenía a su cargo a uno de los personajes (llamado Russ Brewer) y eso podía desconcertar a los espectadores, entonces acudió a Charlton Heston, con quien había trabajado antes en Sombras del mal (1958). Este es un fragmento de la carta acompañando el material que le envió:

"Querido Chuck:

Las escenas aquí (el fuego a bordo del yate provocando un torrente de humo), pueden ser utilizadas para el final con la voz superpuesta de tu narración. De hecho, el fuego viene al final de la película.

Nos encontramos en el Océano Atlántico. Una pareja de recién casados (Oja Kodar y Michael Bryant), se encuentra en su pequeño yate (El Sarraceno), de travesía por la costa oeste de África rumbo al Mediterráneo. No hay brisa, de manera que todo está tranquilo. Para ahorrar combustible no están usando el motor auxiliar. En aguas como esas esperan estar más bien solos. Pero hay alguien más allí, otro bote. Alguien rema hacia ellos (en una lancha). Un desconocido (Lawrence Harvey) tiene una extraña historia que contarles. Está solo -todos los que le acompañaban en el bote, han muerto..."


Tras el deceso de Lawrence Harvey, en 1973, quien tenía a su cargo el rol protagónico del intruso, la culminación del proyecto resultaba ya inasequible. El negativo se perdió aunque se conservaron dos copias de trabajo, una en colores y la otra en blanco y negro. Stefan Droessler, director del museo fílmico de Munich, intentó ensamblar y restaurar la película partiendo del material disperso que poseían y procurando apegarse al guión escrito por Welles, reduciendo su extensión de 122 minutos a una hora y media y recurriendo al subtitulaje para los diálogos en que se carece de las voces originales. Se grabó una banda sonora con música de jazz a cargo de Francois Rabath, pero después de invertir trescientos mil dólares en el intento, tomaron la decisión de archivarlo.


Con posterioridad, en 1989, la misma novela de Williams fue adaptada para una producción australiana dirigida por Phillip Noyce: Dead Calm, título al que se agregó la frase A Voyage Into Fear (Calma total: un viaje al terror, sería su traducción literal), mientras que en América latina se exhibió como Terror a bordo -incluido Brasil-, en España se le conoce sólo por Calma total.

La primera gran diferencia con la versión previa, que se ceñía más a la novela que las inspira, es la supresión de personajes. Las dos parejas que viajan en el yate aquí se tornan una sola: Sam Neill y Nicole Kidman (John y Rae Ingram). Quienes han tenido acceso al trabajo de Welles aseguran que su personaje y el de Jeanne Moreau se la pasan atormentándose mutuamente, lo que acaba resultando muy divertido. El matrimonio de John y Rae era interpretado por Michael Bryant y Oja Kodar -por entonces mujer de Welles, como también lo había sido Rita Hayworth cuando se filmaba La dama de Shanghai-.


Imposible especular sobre algún paralelismo o intentar establecer los contrastes entre ambas películas puesto que el trabajo de Welles quedó, como ya hemos visto, inconcluso. Sin embargo, y a pesar de las traiciones a la novela -la ya mencionada que concierne al número de sus personajes-, Terror a bordo es un thriller de atmósfera lograda, con caracteres creíbles y la incipiente presencia erótica de Nicole Kidman cuando apenas contaba con veintidós años, aún antes de protagonizar Coqueteo (Flirting, 1991), y por lo mismo anterior a su incursión en Hollywood con todo y su respectiva celebridad.

Calma total, Terror a bordo, The Deep, o como se le quiera llamar, sólo viene a confirmar lo interesante que resulta la obra de Charles Williams, ese autor olvidado.


Jules Etienne

* El yate Circe en La dama de Shanghai, en realidad se llamaba Zaca y pertenecía a Errol Flynn, a quien es posible distinguir en una de las escenas en el exterior de la cantina. El Sarraceno se llama Storm Vogel y a Nicole Kidman le enseñaron a navegarlo, con el fin de evitar la necesidad de doblarla.


Créditos finales:
(Por orden de aparición)

Alain Delon en A Pleno sol (Plein Soleil, 1959), dirigida por René Clément

Zygmunt Malanowicz en primer plano, Leon Niemczyk y Jolanta Umecka, en Cuchillo en el agua (Nóz w wodzie, 1962), dirigida por Roman Polanski

Orson Welles y Rita Hayworth en La dama de Shanghai (The Lady from Shanghai, 1947), dirigida por Orson Welles

Orson Welles y Jeanne Moreau en The Deep (1970), dirigida por Orson Welles

Laurence Harvey (al centro), como el intruso en The Deep

Nicole Kidman y Billy Zane en Terror a bordo (Dead Calm, 1989), dirigida por Phillip Noyce

De nuevo Nicole Kidman ante Billy Zane en Terror a bordo

miércoles, 19 de enero de 2011

A propósito de Skolimowski: VIENTOS DE OPRESIÓN (Moonlighting, 1982)


Opinión invitada de Eduardo Marín Conde*

Nunca tuvo un estreno comercial en las salas de cine en México. Apareció directamente en video como Vientos de Opresión, título con el que circuló Moonlighting, el filme del polaco Jerzy Skolimowski, de producción inglesa, que fue tan bien recibido en el Festival de Cannes en 1982, cuando obtuvo el premio correspondiente al mejor guión.

 
Aquí, el realizador de El grito ofrece su testimonio personal de los dramáticos momentos que rodearon el golpe militar en Polonia en diciembre de 1981, centrándose en las tensiones que rodean la relación entre un grupo de obreros polacos que llegan a Londres para remodelar el departamento de su patrón. Las asfixiantes condiciones económicas en su país los obligarán a vivir penosamente mientras concluyen su trabajo.
 
No es, sin embargo, un testimonio político ni mucho menos pretende desarrollar un análisis de reflexión histórica. Es una obra sobre relaciones humanas, donde no está exenta la visión de la influencia que los acontecimientos sociales ejercen en la vida cotidiana de los individuos.

 
Por eso, el espectador agradece el estilo narrativo que resuelve las severas limitaciones técnicas y económicas con que se emprendió la producción y el haber dejado a un lado, afortunadamente, el tono pretencioso, la manipulación chantajista que está tan de moda en las actuales cintas de los ex países socialistas de Europa del Este y el tono de panfleto. Sin concesiones, el relato respira una fina sensibilidad.

Skolimowski logra trasmitir así, la soledad, el aislamiento, el clima y el sentimiento que rodean a individuos insertos en una comunidad que les es extraña y ajena.

 
Más allá de su profundo toque humano, en el que cada personaje es contemplado con animosa dignidad, prevalece una metáfora de las relaciones de poder. Mientras a cientos de kilómetros la dictadura vuelve a enseñar su rostro, en el reducido departamento londinense, el ingenioso Novak (un impecable Jeremy Irons) se convierte en un pequeño dictador frente a sus tres tímidos obreros.

Cine inteligente con un guión admirable. Una película muy lograda.


* Este texto fue originalmente publicado en la revista Primer Plano, de la que Eduardo Marín Conde era subdirector, en noviembre de 1991. Ha ejercido el oficio de crítico cinematográfico a lo largo de treinta años en diferentes publicaciones. Actualmente se pueden escuchar sus comentarios en el programa radial de Óscar Mario Beteta y seguirlo a través de twitter: @marincine

martes, 18 de enero de 2011

EL GRITO: La estridencia convertida en ritual



Una versión más amplia y actualizada de este texto puede encontrarse ahora en este mismo blog bajo el título: Jerzy Skolimowski: LA ESTRIDENCIA COMO RITUAL
 
Jerzy Skolimowski suele decir que filma para complacerse a sí mismo. En cuanto al relato de Robert Graves que lo motivó a realizar esta película, asegura que fueron "sus ambigüedades y el sentido de lo absurdo".
 
 
Jules Etienne