Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
Mostrando entradas con la etiqueta Robin Williams. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Robin Williams. Mostrar todas las entradas

sábado, 16 de agosto de 2014

Terry Gilliam y Robin Williams: LA PARÁBOLA DEL SOÑADOR REDIMIDO (Pescador de ilusiones)


En una sociedad regida por el pragmatismo y su obsesión por la eficiencia, no hay espacio para el despliegue de lo mágico, lo extraordinario, la fantasía de la propia vida. Quienes así lo intentan, se ven por lo general obligados a transitar por esa brecha marginal que, desde el entorno racional, suele calificarse como los caminos de la locura.
 
Cuando Terry Gilliam ya había anunciado la conclusión de su trilogía sobre personajes cuya existencia oscilaba con ambivalencia entre la realidad y el sueño: Bandidos del tiempo (1981), Brasil (1985), y Las aventuras del barón Munchhaüsen (1989), acabó reincidiendo en la mayoría de sus coordenadas fantásticas con Pescador de Ilusiones (The Fisher King, 1991), su segunda y la más fructífera colaboración con Robin Williams.


Inspirado en una de las leyendas más arraigadas en la cultura anglosajona, la del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, que ha dado origen a las películas más disímbolas entre sí: el musical Camelot (1967), la refinada hasta el exceso Perceval el Galo (1978), de Eric Rohmer; la extravagancia visual Excalibur (1980), la profunda y poética Lancelot du Lac, de Robert Bresson (1984); hasta el exótico universo virtual de la coproducción polaco-japonesa Avalon (2001); sin olvidar, por supuesto, la parodia desbocada Monty Python y el Santo Grial (1976), codirigida por el propio Terry Gilliam junto con Terry Jones, con un guión en el que ambos participaron. De tal manera que no resulta un tema del todo ajeno a los intereses del cineasta, quien se dio a la tarea de reelaborar la propia leyenda, para convertirla en una metáfora libérrima que se desarrolla en el entorno neoyorquino a finales del siglo XX.


John Lucas es un exitoso locutor radiofónico (Jeff Bridges), quien de modo involuntario provoca que uno de los oyentes de su auditorio salga una noche a disparar contra los comensales en un restaurante, matando a varios de ellos. A partir de esa tragedia, padece una crisis emocional que le provoca el consecuente fracaso profesional. Rescatado por Anne Napolitano (Mercedes Ruehl), propietaria de un modesto videoclub, y siempre cargando con ese sentimiento de culpa inherente a la formación cristiana, conoce a un mendigo disparatado de nombre Parry (Robin Williams), de quien entonces se entera había sido profesor universitario de historia medieval hasta que un demente disparó contra su esposa en un restaurante, hecho que lo desquicia y le conlleva a perder la razón.


Jack intentará redimirse y superar sus fantasmas personales al prestar ayuda a su nuevo amigo para conseguir las dos cosas que éste más anhela: la conquista de una doncella, la tímida Lydia (Amanda Plummer), y rescatar el supuesto Santo Grial de una mansión con forma de castillo en pleno Manhattan.
 
Con estos elementos, el cineasta construye otro de sus típicos universos de imágenes abigarradas, pletórico de analogías y parábolas. Según Elizabeth Drucker, "Gilliam es arrastrado, internamente, en dos direcciones. Una fuerza es su consumado cinismo sobre el dinero y la gente que lo controla; la otra es su incorregible imaginación". Aunque más contenido que en sus películas previas, una vez superada la locura narrativa de Brasil, permanece fiel a la mayoría de sus constantes fílmicas.


Apoyado en su gran afinidad con el guión de Richard LaGravenese, el cual respetó escrupulosamente, incluso consultando al autor durante el rodaje, el vigoroso desempeño de su reparto, la fotografía de Roger Pratt y una espléndida partitura de George Fenton, Pescador de ilusiones resulta todo un canto a la necedad de vivir.


Jules Etienne

jueves, 14 de agosto de 2014

Terry Gilliam y Robin Williams: LOS DELIRIOS DEL BARÓN MUNCHHAÜSEN


El caso del barón de Munchhaüsen tal vez represente el mejor paradigma de la realidad transformada en fantasía, desde su fuente literaria original hasta sus numerosas adaptaciones al cine, entre las que destaca por delirio propio la versión de Terry Gilliam (1988), misma en que aparece la imagen insólita del rey de la luna: Robin Williams (quien por entonces todavía no alcanzaba el reconocimiento que recibiría con el tiempo y su crédito en pantalla figuraba como Ray D. Tutto).
 

Y es que el barón de Munchhaüsen existió en realidad bajo el nombre de Karl Friedrich Hieronymus, en la ciudad alemana de Hannover durante el siglo XVIII. Pero este oficial del ejército cuya trayectoria militar nunca superó la mediocridad, fue rebasado por su propia capacidad para narrar sus experiencias en los campos de batalla y sus viajes por el mundo como la exuberante hipérbole de su imaginación. De tal manera que Rudolf Erich Raspe, primero, y Gottfried August Bürger, más tarde, se dieron a la tarea de recopilar y enriquecer las fábulas de una figura que de alguna manera resulta emparentada con Don Quijote de la Mancha y a quien el francés Théophile Gautier le daría un perfil definitivo al que contribuyeron las célebres ilustraciones de Gustav Doré para dotar al barón de un rostro.
 

Por supuesto, la fascinación que el personaje ejerció sobre el cine fue casi inmediata: ya en 1911 el entrañable Georges Méliès filmaría un cortometraje mudo bajo el título de Las alucinaciones del barón de Munchhaüsen (Les hallucinations du barón de Munchhaüsen) a la que sucedieron distintas versiones, algunas de ellas animadas y otras tan notables como El barón de la castaña (1961), del húngaro Karel Zeman. La primera película en colores filmada en Alemania fue precisamente Munchhaüsen, dirigida por Josef von Báky en 1943 y se dice que su producción fue ideada por Joseph Goebbels con el fin de levantar el ánimo del pueblo alemán cuando la guerra ya se encaminaba hacia su tramo final. Ese mismo Goebbels, tan cinéfilo como lo asume Tarantino en Bastardos sin gloria (Inglorious Basterds, 2009).
 

Heredera de la generosa tradición que surge de la fábula oral y pasa por las páginas de los libros para terminar radicando en la pantalla, la película de Gilliam retoma y libera las alucinaciones de su narrador y protagonista (John Neville) fiel a su espíritu disparatado, en frenético vuelo sobre una bala de cañón o viajando a la luna en que tiene lugar el encuentro con la cabeza parlante de Robin Williams -pretexto para esta crónica- y, por alguna razón la escena mejor recordada de toda la película: acudimos al nacimiento de Venus, la belleza de Uma Thurman reminiscente de Boticelli. Todo bajo la óptica libérrima y los desvaríos visuales de un Terry Gilliam cuyas raíces aún se encontraban estrechamente ligadas a las del grupo Monty Python.
 
Jules Etienne

martes, 12 de agosto de 2014

Robin Williams: LA SOCIEDAD DE LOS CAMALEONES ESTÁ DE LUTO

 
"Recoge rosas mientras puedas, los tiempos pasan pronto
y esta misma flor que hoy sonríe, mañana morirá."
La sociedad de los poetas muertos

En la secuencia final de La sociedad de los poetas muertos, los alumnos de John Keating (Robin Williams) se ponen de pie sobre sus escritorios para despedir al maestro que privilegiaba a la poesía como un acto de fe. Resulta obvio suponer que esa misma poesía se agotó en la existencia del actor que lo interpretara.
 
Cuando Robin Williams dio el salto al cine, después de haber participado en diversas series televisivas entre 1977 y 1979, lo hizo con un rol protagónico y para ser dirigido nada menos que por Robert Altman, un cineasta que ya gozaba del prestigio de haber triunfado en el festival de Cannes. Tratándose de un realizador con una filmografía que incluye títulos con una profunda densidad como Tres mujeres (Three Women, 1977) y de narrativa tan compleja como la de Imágenes (1972), no deja de llamar la atención que haya decidido aventurarse con Popeye, cuyo guión provenía de las tiras cómicas y sería coproducida por los estudios Disney.


El resultado fue un rotundo éxito de taquilla que se debió, en buena medida, a las caracterizaciones tanto de Williams como de Shelley Duvall -una perfecta Oliva, pareja de Popeye-. Ambos parecían extraídos de las páginas de las historietas para adquirir la vida que les confirió la pantalla. Entre 1980, año de producción y estreno de la película, y 1982, Williams tuvo que regresar a la televisión ante la falta de propuestas para trabajar en el cine, hasta que obtuvo el rol protagónico en El mundo según Garp, de George Roy Hill. Luego se presentaron otros papeles y entre ellos surgió Buenos días, Vietnam (1987), por la que recibió su primera nominación para el Oscar al mejor actor.


Una breve participación en Las aventuras del barón Munchhaüsen (1988) le permitiría trabajar con Terry Gilliam, quien lo llamaría para protagonizar su siguiente película: Pescador de ilusiones (The Fisher King), tres años más tarde. Sin embargo, durante ese mismo lapso tuvo la oportunidad de interpretar al personaje que se volvería emblemático de su carrera: el profesor John Keating en La sociedad de los poetas muertos.
 
Un maestro que incita a sus alumnos a iniciar su revolución introspectiva, a emprender la búsqueda de la propia identidad al margen de las imposiciones: "Al leer no piensen sólo lo que cree el autor, no olviden lo que ustedes creen, deben pelear por buscar cada uno su voz, porque cuanto más tarde empiecen, menos probable es que la puedan hallar." 


Entre la caricatura de Popeye y Peter Pan, el médico irreverente, las impertinencias del pastor previas a la boda, el homosexual propietario de un centro nocturno, la nana travesti y los presidentes  Roosevelt y Eisenhower, un personaje en Hamlet y el rey de la luna, se reconoce la capacidad de transformación de los camaleones: Robin Williams fue dirigido por cineastas con el prestigio de Coppola, Woody Allen y Mike Nichols, Gus van Sant, Kenneth Branagh y Peter Weir, además de los ya citados Altman y Gilliam. En su trayectoria convivieron lo mismo un Oscar por Mente indomable (Good Will Hunting, 1997) que las aparatosas superproducciones de Spielberg. En lo particular sigo manteniendo mi preferencia por el entrañable John Keating.
 

Jules Etienne