Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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sábado, 26 de noviembre de 2022

CASABLANCA cumple 80 años cantando El tiempo pasa

 
Nadie toca El tiempo pasa (As Time Goes By) como Sam”. Cuando Ingrid Bergman, o más bien su personaje de Ilsa, insiste al pianista Dooley Wilson que entone el tema de la película, no se imaginaba que esa canción se volvería tan popular y que la frase “Toca, Sam, toca El tiempo pasa”, daría pie a innumerables paráfrasis, parodias y hasta el título de una obra teatral que después se adaptaría al cine, escrita y protagonizada por Woody Allen: Sueños de seductor (Play it again, Sam, 1972).
 
 
Nunca es demasiado tarde para hablar de Casablanca, aunque sea ya tan poco lo que se pueda sumar a su leyenda. El día de hoy, 26 de noviembre, se cumplieron ochenta años de su estreno. Imposible para quienes acudieron al cine Hollywood de Nueva York en esta misma fecha en 1942, predecir la vigencia que iba a adquirir con el tiempo como epítome de la aventura romántica, cuando el cine aún solía soñar sus historias con el mítico aliento del blanco y negro.
 
 
Entre sus claves exóticas, incluye la geografía del norte de África para ubicar el reencuentro de Rick (Humphrey Bogart) e Ilsa (Ingrid Bergman), quienes de súbito confrontan los pendientes amorosos de su pasado, entre reproches y reclamos por el abrupto fin de su romance, interrumpido tras la invasión nazi sobre París ("los alemanes iban de gris, tú vestías de azul"), todo ello con el conflicto bélico como telón de fondo.
 
 
La idea original de Casablanca se le ocurrió en el verano de 1938 a un profesor de secundaria de nombre Murray Burnett, cuando viajaba por Europa. Ante la amenaza alemana que se cernía sobre Europa, tras visitar Viena junto con su mujer, se trasladaron al sur de Francia y allí, a orillas del Mediterráneo, presenciaron como un pianista negro en un bar concentraba la atención de los parroquianos, quienes provenían de cualquier lugar del mundo, entre turistas y refugiados. De allí surgió el proyecto de escribir una obra de teatro que se llamaría Todos vienen a Rick’s (Everybody Comes to Rick’s).
 
 
De regreso a Estados Unidos se dio a la tarea de trabajar en la misma en colaboración con Joan Allen, con quien terminaría casándose luego de divorciarse de Frances, su primera esposa. Cuando terminaron la obra, en 1940, la situación política en el mundo se había tensado a niveles muy severos y Francia ya se encontraba bajo la ocupación nazi, de ahí que optaron por trasladar el escenario en el que transcurre la acción a Marruecos.
 
 
A su agente no le fue posible conseguir productores para la puesta en escena, de manera que decidieron transformarla en un guión de cine, el cual sería enviado a la Warner Bros. Cuando el analista de guiones Stephen Karnot lo leyó, Estados Unidos ya había declarado la guerra a Japón. Más tarde, éste enviaría su reporte a Hal B. Wallis en el que se podía leer: "Excelente melodrama. Escenario exótico y de gran actualidad. Una atmósfera de tensión y suspenso que implica conflicto físico y psicológico. Trama intensa con romance sofisticado. Un éxito en taquilla seguro para Bogart, Cagney o Raft en papeles fuera de los acostumbrados y, quizá también, para Mary Astor".
 
 
Para la versión filmada algunos nombres de la obra teatral fueron modificados: Rick Blaine y Victor Laszlo se conservaron idénticos, la norteamericana Lois Meredith se transformaría en una noruega llamada Ilsa Lund, el italiano Luis Rinaldo pasó a ser Louis Renault, un oficial francés, en tanto que el inolvidable personaje del pianista era conocido por su sobrenombre como El Conejo y acabó por adquirir el apelativo de Sam. El resto forma parte de innumerables páginas en la historia del cine.
 
 
Jules Etienne

martes, 28 de mayo de 2013

Un relato de Woody Allen: EL CONDE DRÁCULA


En algún lugar de Transilvania yace Drácula, el monstruo, durmiendo en su ataúd y aguardando a que caiga la noche. Como el contacto con los rayos solares le causaría la muerte con toda seguridad, permanece en la oscuridad en su caja forrada de raso que lleva sus iniciales inscritas en plata. Luego, llega el momento de la oscuridad y, movido por un instinto milagroso, el demonio emerge de la seguridad de su escondite y, asumiendo las formas espantosas de un murciélago o un lobo, recorre los alrededores y bebe la sangre de sus víctimas. Por último, antes de que los rayos de su gran enemigo, el sol, anuncien el nuevo día, se apresura a regresar a la seguridad de su ataúd protector y se duerme mientras vuelve a comenzar el ciclo.

Ahora, empieza a moverse. El movimiento de sus cejas responde a un instinto milenario e inexplicable, es señal de que el sol está a punto de desaparecer y que se acerca la hora. Esta noche, está especialmente sediento y, mientras allí descansa, ya despierto, con el smoking y la capa forrada de rojo confeccionada en Londres, esperando sentir con espectral exactitud el momento preciso en que la oscuridad es total antes de abrir la tapa y salir, decide quiénes serán las víctimas de esta velada. El panadero y su mujer, reflexiona. Suculentos, disponibles y nada suspicaces. El pensamiento de esta pareja despreocupada, cuya confianza ha cultivado con meticulosidad, excita su sed de sangre y apenas puede aguantar estos últimos segundos de inactividad antes de salir del ataúd y abalanzarse sobre sus presas.


De pronto, sabe que el sol se ha ido. Como un ángel del infierno, se levanta rápidamente, se metamorfosea en murciélago y vuela febrilmente a la casa de sus tentadoras víctimas.

-¡Vaya, conde Drácula, qué agradable sorpresa! -dice la mujer del panadero al abrir la puerta para dejarlo pasar. (Asumida otra vez su forma humana, entra en la casa ocultando, con una sonrisa encantadora, su rapaz objetivo.)
-¿Qué le trae por aquí tan temprano? -pregunta el panadero.
-Nuestro compromiso de cenar juntos -contesta el conde-. Espero no haber cometido un error. Era esta noche, ¿no?
-Sí, esta noche, pero aún faltan siete horas.
-¿Cómo dice? -inquiere Drácula echando una mirada sorprendida a la habitación.
-¿O es que ha venido a contemplar el eclipse con nosotros?
-¿Eclipse?
-Así es. Hoy tenemos un eclipse total.
-¿Qué dice?
-Dos minutos de oscuridad total a partir de las doce del mediodía.
-¡Vaya por Dios! ¡Qué lío!
-¿Qué le pasa, señor conde?
-Perdóneme... debo...
-¿Qué, señor conde?
-Debo irme... Hem... ¡Oh, qué lío!... -y, con frenesí, se aferra al picaporte de la puerta.
-¿Ya se va? Si acaba de llegar.
-Sí, pero, creo que...
-Conde Drácula, está usted muy pálido.
-¿Sí? Necesito un poco de aire fresco. Me alegro de haberlos visto...
-¡Vamos! Siéntese. Tomaremos un buen vaso de vino juntos.
-¿Un vaso de vino? Oh, no, hace tiempo que dejé la bebida., ya sabe, el hígado y todo eso. Debo irme ya. Acabo de acordarme que dejé encendidas las luces de mi castillo... Imagínese la cuenta que recibiría a fin de mes...


-Por favor -dice el panadero pasándole al conde un brazo por el hombro en señal de amistad-. Usted no molesta. No sea tan amable. Ha llegado temprano, eso es todo.
-Créalo, me gustaría quedarme, pero hay una reunión de viejos condes rumanos al otro lado de la ciudad y me han encargado la comida.
-Siempre con prisas. Es un milagro que no haya tenido un infarto. -Sí, tiene razón, pero ahora...
-Esta noche haré pilaf de pollo -comenta la mujer del panadero-. Espero que le guste.
-¡Espléndido, espléndido! -dice el conde con una sonrisa empujando a la buena mujer sobre un montón de ropa sucia. Luego, abriendo por equivocación la puerta de un armario, se mete en él-. Diablos, ¿dónde está esa maldita puerta?
-Ja, ja! -se ríe la mujer del panadero-. ¡Qué ocurrencias tiene, señor conde!
-Sabía que le divertiría -dice Drácula con una sonrisa forzada-, pero ahora déjeme pasar.
Por fin, abre la puerta, pero ya no le queda tiempo.
-¡Oh, mira, mamá -dice el panadero-, el eclipse debe de haber terminado! Vuelve a salir el sol.
-Así es -dice Drácula cerrando de un portazo la puerta de entrada-. He decidido quedarme. Cierren todas las persianas, rápido, ¡rápido! ¡No se queden ahí!
-¿Qué persianas? -preguntó el panadero.
-¿No hay? ¡Lo que faltaba! ¡Qué par de...! ¿Tendrán al menos un sótano en este tugurio?
-No -contesta amablemente la esposa-. Siempre le digo a Jarslov que construya uno, pero nunca me presta atención. Ese Jarslov...
-Me estoy ahogando. ¿Dónde está el armario?
-Ya nos ha hecho esa broma, señor conde. Ya nos ha hecho reír lo nuestro.
-¡Ay... qué ocurrencia tiene!
-Miren, estaré en el armario. Llámenme a las siete y media.
Y, con esas palabras, el conde entra en el armario y cierra la puerta.
-Ja, ja...! ¡Qué gracioso es, Jarslov!
-Señor conde, salga del armario. Deje de hacer burradas.
Desde el interior del armario, llega la voz sorda de Drácula.
-No puedo... de verdad. Por favor, créanme. Tan sólo permítanme quedarme aquí. Estoy muy bien. De verdad.
-Conde Drácula, basta de bromas. Ya no podemos más de tanto reírnos.
-Pero, créanme, me encanta este armario.
-Sí, pero...
-Ya sé, ya sé... parece raro y sin embargo aquí estoy, encantado. El otro día precisamente le decía a la señora Hess, deme un buen armario y allí puedo quedarme durante horas. Una buena mujer, la señora Hess. Gorda, pero buena... Ahora, ¿por qué no hacen sus cosas y pasan a buscarme al anochecer? Oh, Ramona, la la la la la, Ramona...



En aquel instante entran el alcalde y su mujer, Katia. Pasaban por allí y habían decidido hacer una visita a sus buenos amigos, el panadero y su mujer.

-¡Hola, Jarslov! Espero que Katia y yo no te molestemos.
-Por supuesto que no, señor alcalde. Salga, conde Drácula. ¡Tenemos visita!
-¿Está aquí el conde? -pregunta el alcalde, sorprendido.
-Sí, y nunca adivinaría dónde está -dice la mujer del panadero.
-¡Qué raro es verlo a esta hora! De hecho, no puedo recordar haberle visto ni una sola vez durante el día.
-Pues bien, aquí está. ¡Salga de ahí, conde Drácula!
-¿Dónde está? -pregunta Katia sin saber si reír o no.
-¡Salga de ahí ahora mismo! ¡Vamos! -La mujer del panadero se impacienta.
-Está en el armario -dice el panadero con cierta vergüenza.
-¡No me digas! -exclama el alcalde.
-¡Vamos! -dice el panadero con un falso buen humor mientras llama a la puerta del armario-. Ya basta. Aquí está el alcalde.
-Salga de ahí, conde Drácula -grita el alcalde-. Tome un vaso de vino con nosotros.
-No, no cuenten conmigo. Tengo que despachar unos asuntos pendientes.
-¿En el armario?
-Sí, no quiero estropearles el día. Puedo oír lo que dicen. Estaré con ustedes en cuanto tenga algo que decir.
Se miran y se encogen de hombros. Sirven vino y beben.
-Qué bonito el eclipse de hoy -dice el alcalde tomando un buen trago.
-¿Verdad? -dice el panadero-. Algo increíble.
-¡Dígamelo a mí! ¡Espeluznante! -dice una voz desde el armario.
-¿Qué, Drácula?
-Nada, nada. No tiene importancia.


Así pasa el tiempo hasta que el alcalde, que ya no puede soportar esa situación, abre de golpe la puerta del armario y grita:

-¡Vamos, Drácula! Siempre pensé que usted era una persona sensata. ¡Déjese de locuras!



Penetra la luz del día; el diabólico monstruo lanza un grito desgarrador y lentamente se disuelve hasta convertirse en un esqueleto y luego en polvo ante los ojos de las cuatro personas presentes. Inclinándose sobre el montón de ceniza blanca, la mujer del panadero pega un grito:
 
-¡Se ha fastidiado mi cena!
 

Woody Allen

sábado, 5 de enero de 2013

5. DÍAS DE RADIO (Radio Days, 1987)



Si bien todo el cine de Woody Allen tiene un carácter nostálgico y reminiscente de sus propias vivencias, Días de Radio está impregnada por completo de esa añoranza con el humor de la comedia. La película desemboca, precisamente, en la secuencia del baile de año nuevo en el ficticio salón King Cole, de Manhattan, y se transmite por la radio:

- ¿Por qué no estamos ahí, Abe?
- ¿Por qué no? Porque estamos aquí.
- ¿No quieres ir a los mejores lugares y tomar champaña de mi zapato?
- No puedo tomar tanto líquido. Un momento. Además, sólo los criminales y gente loca salen en año nuevo.

La cantante que encabeza la variedad es Diane Keaton y la protagonista, Mia Farrow, quien invita a otros comensales a subir a la azotea para esperar las doce campanadas y desde ahí exaltar ese Nueva York del que Allen siempre ha estado enamorado.

- Otro año ha pasado.
- Espero que 1944 sea un buen año.
- Pasan tan rápido.
- ¿Adónde van?
- Tan rápido. Luego envejecemos. Y nunca supimos de qué se trataba todo esto.
- Es cierto.

En ese momento empieza a nevar y todos tienen que regresar al salón. Días de Radio reúne los mejores atributos de la filmografía de su autor. Es la esencia misma de Woody Allen.


Jules Etienne

Diane Keaton cantando You'd Be So Nice To Come Home To, de Cole Porter.