Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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sábado, 7 de marzo de 2015

Las mejores películas de 1965: 9. TIEMPO DE MORIR


Es difícil encontrar una película de vaqueros, que obedece a todos los códigos del género, y filmada en México, con las cualidades de ésta. Por principio de cuentas, el guión fue escrito por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, cuyos prestigios -escribió José de la Colina-, "avalaban literariamente una historia de venganza campirana en la que había ciertos aspectos rituales derivados del género western".
 
Con esta película debutaba el joven cineasta Arturo Ripstein. Filmada en blanco y negro, con fotografía del canadiense Alex Philips, su atmósfera resulta plenamente lograda. Un hombre sale de prisión tras cumplir una condena de dieciocho años por haber dado muerte a otro. Al regresar a su pueblo con la intención de vivir en paz el tiempo que le resta de vida, es acosado por los hijos del difunto, el mayor de los cuales clama venganza.
 
 
Aunque careció de fortuna en la taquilla ya que apenas permaneció la semana de rigor tras su estreno en el cine Variedades de la ciudad de México, en cambio fue bien recibida por la crítica. Sin duda, se trataba de una de las propuestas más interesantes del por entonces denominado nuevo cine mexicano.


Jules Etienne

viernes, 12 de septiembre de 2014

Hace medio siglo: POR UN PUÑADO DE DOLARES Y LA RENOVACIÓN DEL GÉNERO


Era un sábado a mediados de septiembre en 1964, el día doce para ser exactos, cuando tuvo lugar en Italia el estreno sin mayores despliegues publicitarios de una película que representaba apenas el segundo trabajo como director de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (A Fistful of Dollars).
 
Sin embargo, esa modesta producción llegó con un vigoroso aliento que sería capaz de redefinir uno de los géneros cinematográficos más tradicionales, además de ser la primera de una serie de colaboraciones entre el propio Leone y Ennio Morricone, y de paso descubrir a quien se convertiría en uno de los íconos de Hollywood en el último tramo del siglo pasado: Clint Eastwood. Nada mal para una película con un presupuesto de doscientos mil dólares.
 
 
Quentin Tarantino, en la presentación de la función conmemorativa con motivo de los cincuenta años de Por un puñado de dólares en el reciente festival de Cannes, durante el pasado mes de mayo, aprovechó para señalar que, con su propuesta visual, Sergio Leone había transformado el cine.
 
La historia repite la consabida fábula del pistolero solitario (Clint Eastwood), quien llega a San Miguel, un pequeño pueblo mexicano en la frontera con Estados Unidos, en el que dos bandas se disputan su control: los Rojo, que fabrican licor y los Baxter, quienes trafican con armas. Al igual que en Cosecha roja (la novela de Dashiell Hammett en que se inspira) y Yojimbo, de Akira Kurosawa, el protagonista hace malabares de equilibrio entre ambos bandos para propiciar el enfrentamiento final que los llevara a su respectiva aniquilación, liberando de esa manera a sus agobiados habitantes.
 

Ahora ya no estamos frente la soledad del samurai sino ante la desolación del western con sus espacios desérticos (la película se filmó en la región de Almería, en España), asimilados por Leone con planos espectaculares y con una crudeza inusitada para la época, que hacían ver aquellas películas con John Wayne filmadas en Durango como lo que acabarían siendo: matinées para público infantil.
 
Resulta paradójico como una película con escenarios europeos y dirigida por un italiano que retomaba el guión de dos japoneses, hacía ver a los westerns típicamente americanos como una falsificación. Y en ello radica su mayor tributo a la revitalización de un género que se asumía como cliché y el aporte de una nueva visión estética de la crueldad en el viejo oeste, el espacio de los pistoleros, de la ley del más rápido, de la venganza como móvil existencial, de la justicia como mera circunstancia.
 

Desde un principio, cuando la película era apenas un proyecto, Leone tenía claro que iba a retomar no sólo el argumento sino la propuesta visual de Yojimbo, en un remake occidentalizado. Pero las tres compañías productoras (dos de las cuales incluso desaparecieron) tenían un presupuesto tan limitado que optaron por olvidar intencionalmente el pago de los derechos a Kurosawa y Kikushima, como ya hemos visto en el texto previo dedicado a Cosecha roja.
 
Por un puñado de dólares marcaría el primer paso en una drástica evolución de las películas del oeste gracias a su inesperado éxito en taquilla -tan sólo en Estados Unidos su explotación alcanzó casi veinte veces su costo-, y de paso allanó el camino para la conformación de una trilogía a la que siguieron Por unos cuantos dólares más y El bueno, el malo y el feo, en años subsecuentes.


Jules Etienne