Aguirre, la ira de Dios (1972), una fábula alucinante de Werner Herzog.
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sábado, 5 de agosto de 2023

Con el pretexto de otro aniversario luctuoso de Marilyn Monroe: INSIGNIFICANCIA


Debió suceder durante el otoño de 1954, porque el rodaje de La comezón del séptimo año tuvo lugar entre septiembre y noviembre, aunque su exhibición a partir del siguiente junio, haya coincidido con el tórrido verano que sirvió de pretexto para que Marilyn Monroe se parase sobre las ventilas del subway neoyorquino a recibir el aire que revolvió su vestido blanco. Imagen perenne objeto de culto, imitación y parodia, casi setenta años más tarde.

La mayoría de las crónicas coinciden en el año de 1954 para ubicar la acción, pero el New York Times establece la misma durante una noche de marzo de 1953 y en algunos avances de la película también se escucha la voz del narrador señalar este último año.


Y si bien los personajes de Insignificancia, la pieza teatral de Terry Johnson, no tuvieron nombre porque no lo necesitaban, eran fácilmente identificables a partir de su condición de íconos de la cultura popular: Albert Einstein, quien recibe en su habitación de hotel la visita de Marilyn y durante el devenir dramático de la obra, también aparecerán el beisbolista Joe DiMaggio, por entonces su marido, y el senador Joe McCarthy, de infausta memoria.

Nicolas Roeg, cineasta británico cuyas irreverencias y excesos bien podrían emparentarlo con Ken Russell, lo mismo que su proclividad a trabajar con músicos famosos -Mick Jagger en su inicial Performance, Art Garfunkel en Bad Timing y David Bowie en El hombre que cayó a la tierra (así como Russell lo hiciera con Roger Daltrey y el propio Bowie)-, emprendió el traslado de Insignificancia del escenario a la pantalla, con el mismo vigor experimental que identifica su filmografía.


Roeg se encontró con Theresa Russell cuando ella iniciaba su carrera -había debutado a los 19 años en El último magnate (The last tycoon, 1986)-, y no sólo le daría el rol protagónico de Bad Timing (1980), que en España se tradujo como Contratiempo mientras que en México conservó su título original en inglés al exhibirse en la Muestra Internacional de Cine correspondiente a 1981, sino que acabaría por convertirse en musa y fetiche del cineasta a lo largo de una colaboración que se volvió matrimonio en 1982 para sumar otros cinco títulos: Eureka, Insignificancia, un segmento de Aria, Ruta 29 (Track 29) y Frío en el paraíso (Cold Heaven), entre 1983 y 1991.

Y a propósito de títulos en otros idiomas, no deja de ser curioso que Insignificancia se estrenara en Italia como La signora in bianco, es decir, La señora de blanco, mientras que en Francia se le conoce como Une nuit de reflexion (Una noche de reflexión).


La película se presentó en el festival de Cannes en 1985, se le llegó a mencionar como una de las favoritas para obtener la Palma de Oro, que recibió la producción yugoslava Papá está en viaje de negocios, de Emir Kusturica y tuvo que conformarse con el Gran Premio que otorga la comisión superior de la técnica.

Una buena parte de la crítica coincide en que Roeg era el cineasta ideal para dirigir este traslado del escenario a la pantalla. Tras su estreno fue recibida por Sheila Benson como "Una noche de íconos".


Barbara Kruger concluye de la siguiente manera el párrafo final de su texto publicado en Artforum:

"Aparte de su estilo visual, la película posee el aliento de su guión. Escrito por Terry Johnson, Insignificancia fue originalmente una producción teatral de Londres, lo que no debería sorprender. La incapacidad de Hollywood para alentar o tolerar proyectos cinematográficos que muestren alguna agudeza literaria ha obligado a muchos directores a seguir el ejemplo del teatro. El guión adaptado proporciona la franqueza y la articulación de la película e ilustra el poder de sus ideas: que una habitación en el Hotel Roosevelt en 1954 puede servir como un microcosmos de los acontecimientos actuales y la mitología popular; que es posible que una película aborde la misma represión que ha ayudado a convertir a Hollywood en el pretzel del control y el cumplimiento corporativos, que con demasiada frecuencia es hoy; y que el poder, la sexualidad y el dinero pueden unirse para producir una tormenta de fuego de proporciones atómicas. Cuando el senador intenta confiscar un montón de preciosas ecuaciones, Einstein se burla de él tirándolas por la ventana."


Jules Etienne

Créditos finales:

Theresa Russell en la recreación de la famosa escena en La comezón del séptimo año (The Seven Year Itch, 1955).

Theresa Russell y Art Garfunkel en Bad Timing (1980).

Theresa Russell como la actriz de Insignificancia.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Doble programa (segunda parte): DE REPENTE EN EL VERANO



En el mismo Nueva Orléans en el que acontece Un tranvía llamado deseo, se ubica De repente en el verano (Suddenly, last summer, 1959). Se trata de una obra escrita después de que Tennessee Williams ya había obtenido el premio Pulitzer en un par de ocasiones, tanto por la mencionada Un tranvía llamado deseo como por La gata sobre el tejado caliente. Esta pieza breve, de un solo acto, fue creada a manera de catarsis, luego de que su propia hermana Rose había sido sometida a una lobotomía, el mismo tipo de operación que intentan practicarle a Catherine, su protagonista: "Arrancar la verdad de mi cerebro, eso es lo que pretendes, ¿verdad, tía Violet?. No lo lograrás, ni Dios mismo puede alterar la verdad".



En una primera versión teatral, la obra estaba estructurada en dos monólogos: el de Violet, la madre, y el de Catherine, su sobrina y además la víctima. Después Williams añadió al siquiatra y al resto de los personajes, para conformar la obra tal y como se le conoció durante su estreno. Su adaptación al cine corrió a cargo de Gore Vidal, quien procuró diversificar sus espacios para que no permaneciera anclada en el asfixiante microcosmos familiar concebido por Williams. Aun cuando éste figura en los créditos como coguionista, tuvo sus diferencias con Vidal, por lo que juzgaba traiciones al texto original, la mayor de ellas, el romance en ciernes que se advierte entre médico (Montgomery Clift) y paciente (Elizabeth Taylor). Sin lugar a dudas, una concesión acorde a las necesidades de Hollywood.




El aspecto más interesante en la forma de plantear la historia, proviene del hecho de que todo gira en torno a un personaje: Sebastian Venable, a quien nunca podremos ver cabalmente y sólo hasta la trágica escena final en que se reconstruye su muerte, de manera parcial y fragmentada. A la manera de Rashomon o de El ciudadano Kane, a partir de las versiones opuestas y confrontadas de quienes le sobreviven, el siquiatra intentará su propia interpretación de lo acontecido.


Tal vez el prestigio de Williams como dramaturgo, haya forzado a quienes ejercían la censura a través del código moral para la industria fílmica, vigente durante la época en que se filmó De repente en el verano, a hacer una excepción y permitir que la película se ocupara del tema entonces proscrito de la homosexualidad. Incluso la relación entre el hijo y su madre dominante (Katharine Hepburn), presenta ángulos edípicos: "Entre mi hijo y yo existía un entendimiento fuera de lo común. Era un contrato, una especie de pacto. Él violó ese pacto llevándosela a ella en lugar de a mí".




Mantener una imagen idealizada de su hijo, es el móvil que impulsa a Violet a restar credibilidad al sórdido relato de Catherine: Siempre lo seguían los jóvenes hambrientos que había conocido en la playa. Les daba dinero como si le hubieran aseado el calzado o como si le hubieran cargado la maleta... Comenzaron a tocar sus instrumentos de percusión que estaban hechos de hojas de lata que golpeaban... Era una música hecha a base de ruido... Sebastián estaba muerto de miedo... El ruido que hacían quienes lo iban persiguiendo era ensordecedor, aparecían muchachos por todas partes... Lo atraparon y oí como gritó Sebastián, un solo grito desesperado y angustioso... La gente corría hacia donde estaba Sebastián, desnudo, tirado sobre las piedras, ¡no puedo creerlo, todavía! Parecía como si lo hubieran devorado... Por eso la insistencia de su tía acusándola de un desequlibrio mental que justificara la práctica de una lobotomía y enterrara para siempre el episodio de la violenta ejecución de su hijo.



Filmada en blanco y negro, al igual que Un tranvía llamado deseo, la dirección de la película fue asignada a Joseph L. Mankiewicz, quien además de su prestigio como realizador, poseía la experiencia de haber llevado a la pantalla obras de teatro como Dr. Praetorious, de Kurt Götz, bajo el título de Lo llaman pecado (People will Talk), en 1951, y Julio César, de Shakespeare, en 1953. El último título de su filmografía, también sería una pieza teatral adaptada al cine: Trampa Mortal o La huella (Sleuth, 1972), con Laurence Olivier y Michael Caine en los estelares. Años más tarde, en 2007, se volvería a filmar con Caine en el papel que originalmente había interpretado Olivier, y Jude Law tomando su lugar como Milo Tindle. Resulta curioso porque Law también coincidió en el remake de una película que fue clave para Michael Caine en los inicios de su carrera: Alfie, el seductor (1966 y 2004).

Por último, tres años después de su personaje como un siquiatra en De repente en el verano, Montgomery Clift protagonizaría Freud, pasiones secretas, de John Huston.


viernes, 25 de marzo de 2011

Doble programa (primera parte): LA GATA SOBRE EL TEJADO CALIENTE



Pocos autores como Tennessee Williams pueden preciarse de que su obra haya sido llevada al cine con tanta frecuencia y -a pesar de la censura y las modificaciones requeridas para su traslado a la pantalla-, manteniendo la fidelidad a su espíritu original, sobre todo, en la década de los años cincuenta. Si bien en la memoria de los cinéfilos brilla el recuerdo de Marlon Brando y Vivien Leigh en Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire, 1951), las dos adaptaciones protagonizadas por Elizabeth Taylor no desmerecen en lo absoulto. Tanto Una gata sobre el tejado caliente (A Cat on a Hot Tin Roof), que dirigió Richard Brooks en 1958 -cuando ella tenía 26 años- a la que siguió de inmediato De repente en el verano (Suddenly Last Summer, 1959), de Joseph L. Mankiewics, capturan con rigor e intensidad las confrontaciones de los atormentados personajes que habitan en las obras del mayor dramaturgo estadounidense.


La primera de ellas estaba planeada para filmarse en blanco y negro, tal y como se había hecho con Un tranvía llamado deseo, pero cuando los estudios tomaron la decisión de que Paul Newman y Elizabeth Taylor encabezaran el reparto, Richard Brooks insistió en fotografiarla en colores para aprovechar el color violeta de los ojos de ella contrastando con el azul pálido que tenían los ojos de Newman. El cineasta acertó, puesto que el colorido de las imágenes en pantalla contribuyó a la vehemencia del conjunto y no le restó la calidad con que el blanco y negro solía definir a las películas con ambiciones artísticas en aquella época.





Cuando se estrenó en los países de habla hispana y durante muchos años se le conoció como El gato sobre el tejado caliente, en una traducción errónea, ya que el título original alude de manera precisa al personaje de Maggie, a quien llamaban La gata, y no a Brick (Paul Newman), su marido. La obra correspondiente obtuvo el premio Pulitzer en 1955 y si bien, en la película se advierte su origen teatral, sobre todo a la entrada y salida de los personajes en escena, el resultado es bastante cinematográfico con una diversidad de encuadres, como en la culminación de la escena en la que Judith Anderson sale de la recámara con lágrimas en sus mejillas y las velas aún encendidas en el pastel de cumpleaños o el diálogo entre Big Daddy (Burl Ives) y su hijo Brick bajo la lluvia para que después veamos al padre, devastado por la noticia de la inminencia de su propia muerte, a través del marco de la puerta desde el interior de la casa.


Brooks consiguió mantener el aliento original de los diálogos bajo las exigencias que les imponía el ritmo cinematográfico. No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, ¡eso es todo!, le reclama Maggie a Brick y posteriormente se lamenta: Puedes ser joven sin dinero. Pero no puedes ser viejo sin él... Y Brick, a su vez, la ofende: Pero ¿cómo diablos te imaginas tener un hijo con un hombre que no te soporta?... Sí, ¡dinero! La materia de la que están hechos tus sueños...

La relación entre Brick y su propio padre, es compleja y colmada por el resentimiento. De las discusiones entre ambos surgen algunas de sus líneas más logradas: No hay nada en la vida, salvo mendacidad, ¿la hay?... No es la mendacidad, sino yo, lo que realmente me repugna... La verdad es dolor, sudor, pagar cuentas y acostarte con alguien a quien ya no amas. Verdad es que los sueños no se cumplen y ponen tu nombre en un papel al morir... La verdad es dolor. El hombre es un animal que a la larga muere. Si tiene dinero, compra y compra. Es por una loca esperanza de que alguna de esas cosas sea la vida eterna, lo cual es imposible... Nos conocemos de siempre y somos extraños. Tienes vastas tierras ricas. Tienes diez millones de dólares. Tienes esposa y dos hijos. Nos tienes, pero no nos amas...



Cuando se estrenó en Broadway, en 1955, la puesta en escena corrió a cargo de Elia Kazan, quien gozaba de amplio reconocimiento por su versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. De entre el reparto teatral, sólo Burl Ives como Big Daddy y Madeleine Sherwood como Mae, repetirían sus roles también en la película. Por entonces Kazan recién acababa de filmar Al este del paraíso (East of Eden), y al año siguiente realizaría el único guión de Tennessee Williams escrito ex profeso para el cine, sin que previamente hubiese sido una obra teatral: Muñeca de Carne (Baby Doll).

Richard Brooks, por su parte, volvería a dirigir una cinta basada en otra obra del propio Tennessee Williams, en 1962: El dulce pájaro de la juventud (Sweet Bird of Youth), de nuevo con Paul Newman.