Era un sábado a mediados de septiembre en 1964, el día doce para ser exactos, cuando tuvo lugar en Italia el estreno sin mayores despliegues publicitarios de una película que representaba apenas el segundo trabajo como director de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (A Fistful of Dollars).
Sin embargo, esa
modesta producción llegó con un vigoroso aliento que sería capaz de redefinir uno de
los géneros cinematográficos más tradicionales, además de ser la primera de una
serie de colaboraciones entre el propio Leone y Ennio Morricone, y de paso
descubrir a quien se convertiría en uno de los íconos de Hollywood en el último
tramo del siglo pasado: Clint Eastwood. Nada mal para una película con un
presupuesto de doscientos mil dólares.
Quentin Tarantino, en la presentación de la función conmemorativa con motivo de los cincuenta años de Por un puñado de dólares en el reciente festival de Cannes, durante el pasado mes de mayo, aprovechó para señalar que, con su propuesta visual, Sergio Leone había transformado el cine.
La historia repite la consabida fábula
del pistolero solitario (Clint Eastwood), quien llega a San Miguel, un pequeño
pueblo mexicano en la frontera con Estados Unidos, en el que dos bandas se
disputan su control: los Rojo, que fabrican licor y los Baxter, quienes
trafican con armas. Al igual que en Cosecha roja (la novela de Dashiell Hammett en que se inspira) y
Yojimbo, de
Akira Kurosawa, el protagonista hace malabares de equilibrio entre ambos bandos
para propiciar el enfrentamiento final que los llevara a su respectiva aniquilación,
liberando de esa manera a sus agobiados habitantes.
Ahora ya no estamos frente la soledad del samurai sino ante la desolación del western con sus espacios desérticos (la película se filmó en la región de Almería, en España), asimilados por Leone con planos espectaculares y con una crudeza inusitada para la época, que hacían ver aquellas películas con John Wayne filmadas en Durango como lo que acabarían siendo: matinées para público infantil.
Resulta paradójico como una película con
escenarios europeos y dirigida por un italiano que retomaba el guión de dos
japoneses, hacía ver a los westerns
típicamente americanos como una falsificación. Y en ello radica su
mayor tributo a la revitalización de un género que se asumía como cliché y el
aporte de una nueva visión estética de la crueldad en el viejo oeste, el espacio
de los pistoleros, de la ley del más rápido, de la venganza como móvil
existencial, de la justicia como mera circunstancia.
Desde un principio, cuando la película era apenas un proyecto, Leone tenía claro que iba a retomar no sólo el argumento sino la propuesta visual de Yojimbo, en un remake occidentalizado. Pero las tres compañías productoras (dos de las cuales incluso desaparecieron) tenían un presupuesto tan limitado que optaron por olvidar intencionalmente el pago de los derechos a Kurosawa y Kikushima, como ya hemos visto en el texto previo dedicado a Cosecha roja.
Por un puñado de dólares marcaría
el primer paso en una drástica evolución de las películas del oeste gracias a
su inesperado éxito en taquilla -tan sólo en Estados Unidos su explotación
alcanzó casi veinte veces su costo-, y de paso allanó el camino para la
conformación de una trilogía a la que siguieron Por unos cuantos
dólares más y El
bueno, el malo y el feo, en años subsecuentes.
Jules Etienne

No hay comentarios:
Publicar un comentario