
Pocos autores como Tennessee Williams pueden preciarse de que su obra haya sido llevada al cine con tanta frecuencia y -a pesar de la censura y las modificaciones requeridas para su traslado a la pantalla-, manteniendo la fidelidad a su espíritu original, sobre todo, en la década de los años cincuenta. Si bien en la memoria de los cinéfilos brilla el recuerdo de Marlon Brando y Vivien Leigh en Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire, 1951), las dos adaptaciones protagonizadas por Elizabeth Taylor no desmerecen en lo absoulto. Tanto Una gata sobre el tejado caliente (A Cat on a Hot Tin Roof), que dirigió Richard Brooks en 1958 -cuando ella tenía 26 años- a la que siguió de inmediato De repente en el verano (Suddenly Last Summer, 1959), de Joseph L. Mankiewics, capturan con rigor e intensidad las confrontaciones de los atormentados personajes que habitan en las obras del mayor dramaturgo estadounidense.
La primera de ellas estaba planeada para filmarse en blanco y negro, tal y como se había hecho con Un tranvía llamado deseo, pero cuando los estudios tomaron la decisión de que Paul Newman y Elizabeth Taylor encabezaran el reparto, Richard Brooks insistió en fotografiarla en colores para aprovechar el color violeta de los ojos de ella contrastando con el azul pálido que tenían los ojos de Newman. El cineasta acertó, puesto que el colorido de las imágenes en pantalla contribuyó a la vehemencia del conjunto y no le restó la calidad con que el blanco y negro solía definir a las películas con ambiciones artísticas en aquella época.

Cuando se estrenó en los países de habla hispana y durante muchos años se le conoció como El gato sobre el tejado caliente, en una traducción errónea, ya que el título original alude de manera precisa al personaje de Maggie, a quien llamaban La gata, y no a Brick (Paul Newman), su marido. La obra correspondiente obtuvo el premio Pulitzer en 1955 y si bien, en la película se advierte su origen teatral, sobre todo a la entrada y salida de los personajes en escena, el resultado es bastante cinematográfico con una diversidad de encuadres, como en la culminación de la escena en la que Judith Anderson sale de la recámara con lágrimas en sus mejillas y las velas aún encendidas en el pastel de cumpleaños o el diálogo entre Big Daddy (Burl Ives) y su hijo Brick bajo la lluvia para que después veamos al padre, devastado por la noticia de la inminencia de su propia muerte, a través del marco de la puerta desde el interior de la casa.

Brooks consiguió mantener el aliento original de los diálogos bajo las exigencias que les imponía el ritmo cinematográfico. No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, ¡eso es todo!, le reclama Maggie a Brick y posteriormente se lamenta: Puedes ser joven sin dinero. Pero no puedes ser viejo sin él... Y Brick, a su vez, la ofende: Pero ¿cómo diablos te imaginas tener un hijo con un hombre que no te soporta?... Sí, ¡dinero! La materia de la que están hechos tus sueños...
La relación entre Brick y su propio padre, es compleja y colmada por el resentimiento. De las discusiones entre ambos surgen algunas de sus líneas más logradas: No hay nada en la vida, salvo mendacidad, ¿la hay?... No es la mendacidad, sino yo, lo que realmente me repugna... La verdad es dolor, sudor, pagar cuentas y acostarte con alguien a quien ya no amas. Verdad es que los sueños no se cumplen y ponen tu nombre en un papel al morir... La verdad es dolor. El hombre es un animal que a la larga muere. Si tiene dinero, compra y compra. Es por una loca esperanza de que alguna de esas cosas sea la vida eterna, lo cual es imposible... Nos conocemos de siempre y somos extraños. Tienes vastas tierras ricas. Tienes diez millones de dólares. Tienes esposa y dos hijos. Nos tienes, pero no nos amas...

Cuando se estrenó en Broadway, en 1955, la puesta en escena corrió a cargo de Elia Kazan, quien gozaba de amplio reconocimiento por su versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. De entre el reparto teatral, sólo Burl Ives como Big Daddy y Madeleine Sherwood como Mae, repetirían sus roles también en la película. Por entonces Kazan recién acababa de filmar Al este del paraíso (East of Eden), y al año siguiente realizaría el único guión de Tennessee Williams escrito ex profeso para el cine, sin que previamente hubiese sido una obra teatral: Muñeca de Carne (Baby Doll).
Richard Brooks, por su parte, volvería a dirigir una cinta basada en otra obra del propio Tennessee Williams, en 1962: El dulce pájaro de la juventud (Sweet Bird of Youth), de nuevo con Paul Newman.

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